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(Cf.Lc 1,26): “ Este Verbo del Padre, tan digno, tan santo y glorioso, anunciándolo el santo ángel Gabriel, fue enviado por el mismo altí- simo Padre desde el cielo al seno de la santa y gloriosa Virgen María, y en él recibió la carne verdadera de nuestra humanidad y fragili- dad” ( v.4). Para san Agustín el bautismo del Hijo en el Jordán tiene sólo un valor declarativo de cuanto ya se dio en el primer instante de vida, por eso tras la Encarnación, asegura santo Tomás, no hay ya crecimiento en Cristo. Esta manera de comprender la acción del Espíritu destaca la “Encarnación” como la obra más grande realizada por el Espíritu Santo en la historia de la Salvación 289 . En ella se produce la santifi- cación de la humanidad del Hijo 290 . Si el verso de Francisco fuera interpretado desde esta perspectiva, sería casi imposible discernir el crecimiento personal del fiel, en la búsqueda de la voluntad del Padre, a la luz del crecimiento del Hijo. Además restringiría la acción del Espíritu a un momento inicial sin posibilidad de influir en la his- toria de los fieles de hoy. En ambas comprensiones el Espíritu del Padre parece ser el que unge la carne de nuestra fragilidad y la del Verbo encarnado. 2.1.2. El Espíritu del Hijo El Espíritu del Padre ha acompañado al Hijo a lo largo de su existencia histórica y tras su muerte ha sido restituido al Padre tras 464 MANUEL ROMERO JIMÉNEZ 289 Es la cristología del Logos defendida por Mühlen y Von Balthasar. “ En la Encarnación Jesús ya tiene la plenitud de la gracia a la vez que se le da la misión del Hijo. Así visto, la Unción del Bautismo es sólo un momento declarativo ” (Mühlen). Por otro lado, Von Balthasar parte de la tesis de que la Encarnación del Hijo es el lugar donde se comienza a hablar del Espíritu. El autor plantea el tema desde una retrospectiva: En el Bautismo el Espíritu unge a Jesús como Mesías y, para no con- siderarle un simple profeta (adopcionismo) hay que ir al principio de la actuación del Espíritu sobre Él. La Encarnación es el momento de la santificación de la huma- nidad de Jesús. Se da una precedencia del Espíritu a Cristo dando lugar a la “inver- sión del orden en la Trinidad (taxis)”. El orden de la donación trinitaria es: el Padre que engendra al Hijo, y del Padre y del Hijo procede el Espíritu. Pero al entrar en la historia se trastoca el orden y aparece: primero el Padre, segundo el Espíritu del Padre que es enviado a María, tercero el Hijo que se encarna y cuarto el Espíritu del Hijo que es enviado al mundo. H.U. VON BALTHASAR, O.c. , nota 99, 17-62. 290 Es la nota dominante de la pneumatología de la encíclica de Juan Pablo II. JUAN PABLO II, Dominum et Vivificante (Roma, 1986).

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