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Terminado este capítulo pasamos a describir la experiencia del Espíritu en aquellos que, siendo laicos o religiosos 275 , se han dis- puesto a vivir en función del Reino. El Espíritu es el encargado de adentrar a los fieles en el Misterio insondable de Dios; en la vida Tri- nitaria. Esto llevará a cada uno de los penitentes a subordinar sus criterios a la acción del Espíritu que les convertirá en hijos, herma- nos, esposos y madres de nuestro Señor Jesucristo. Y desde ahí lle- gar a la experiencia mística de la filiación. CAPÍTULO 5º. LA EXPERIENCIA DEL ESPÍRITU (V. 48-62) 1. E L CAMBIO DE RITMO : DE LA PENITENCIA A LA RECEPCIÓN DEL E SPÍRITU En la 2CtaF 48-62 encontramos un cambio cualitativo en el pro- ceso de la vida en penitencia. Cuando el fiel se ha liberado de sí mismo y ha quedado desnudo y sin méritos ante Dios, se le regala el Espíritu Santo en su más profundo centro (“passio”) 276 . A partir de ahora es Dios el que nos lleva al descubrimiento de su realidad tri- nitaria. La vida en penitencia, desde esta perspectiva, se muestra 460 MANUEL ROMERO JIMÉNEZ 275 Teológicamente hablando por el Bautismo laicos y religiosos son consa- grados por Cristo con su triple función. La distinción viene por la consagración pos- terior de los religiosos que depende de la primera y no es sacramental: “ Por el nom- bre de laicos se entiende aquí todos los fieles cristianos, a excepción de los miembros que han recibido un orden sagrado y los que están en estado religioso reconocido por la Iglesia, es decir, los fieles cristianos que, por estar incorporados a Cristo mediante el bautismo, constituidos en Pueblo de Dios y hechos partícipes a su manera de la función sacerdotal, profética y real de Jesucristo, ejercen, por su parte, la misión de todo el pueblo cristiano en la Iglesia y en el mundo” (LG 31) . 276 Santa Teresa lo compara al movimiento que provoca un torrente de agua al penetrar en el ser. Y ocurre por iniciativa de su Majestad transformando en expe- riencia mística lo que fue ascesis: “ La quinta es, porque trabajaremos en balde, que como no se ha de traer esta agua por arcauces como la pasada. Si el manantial no la quiere producir, poco aprovecha que nos cansemos. Quiero decir que aunque más meditación tengamos y aunque más nos estrujemos y tengamos lágrimas, no viene esta agua por aquí. Sólo se da a quien Dios quiere y cuando más descuidada está muchas veces el alma” (IV Moradas 2,9) . De ahí que todo sea fruto de la acción de Dios y, al mismo tiempo, resultado del esfuerzo del hombre. TERESA DE JESÚS, Obras Completas (Burgos 1994).

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