NG200602003
saberlo descubrir en el rostro de quienes el mismo Cristo ha queri- do identificarse. Es la hora de una nueva imaginación de la caridad, que pro- mueva no tanto y no sólo la eficacia de las ayudas prestadas, sino la capacidad de hacerse cercanos y solidarios con quien sufre, para que el gesto de ayuda sea sentido no como limosna humillante, sino como un compartir fraterno (Cf. NMI 50). Nos encontramos, por tanto, con un hombre cristiano que apuesta por una caridad reves- tida de esperanza solidaria. La esperanza de los cristianos en el Dios de vivos y muertos, en su poder de resurrección, es una esperanza en una revolución a favor de todos: los que sufren injustamente, los hace tiempo olvidados y también los muertos 51 . Desde la solidaridad, como hemos visto anteriormente, traduci- da en el ámbito cristiano por las virtudes de la gratuidad total, del perdón y de la reconciliación , “el prójimo no es solamente un ser humano con sus derechos y su igualdad fundamental con todos, sino que se convierte en la imagen viva de Dios Padre, rescatada por la sangre de Jesucristo y puesta bajo la acción permanente del Espí- ritu Santo”(SRS 40 ). Asimismo, en conexión con lo anteriormente indicado, la cari- dad tiene a la solidaridad como una de sus expresiones. En este sen- tido se puede decir que la solidaridad es fruto de la comunión trini- taria. Por ello, la primera afirmación que hacemos del servicio de la caridad como práctica del humanismo trinitario es de carácter estric- tamente teológico y tiene su fundamento en el misterio trinitario de Dios y en la obra de la redención de Cristo, encarnado y muerto por todos nosotros. Dios, nos lo dijo el Papa en Puebla, en su misterio más profundo “no es soledad sino familia”. Él nos ha creado a su imagen y semejanza, varón y mujer, y, nos dice el Concilio, “no para vivir aisladamente, sino para formar sociedad. De la misma manera, Dios ha querido santificar y salvar a los hombres no aisladamente, sin conexión alguna de unos con otros, sino constituyendo un pueblo que le confesara en verdad y le sirviera santamente”. 386 ÁNGEL GALINDO GARCÍA 51 J. B. METZ, O.c., 95.
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