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cómo el espejo es un elemento recurrente en las puestas en escena de Unamuno. Como escribió José Paulino, que editó y prologó el drama El Otro en los años Noventa «el espejo como duplicador de la propia imagen, conciencia hecha visible frente a sí, tiene una larga historia en el Teatro de Unamuno». Así dicho, me limito a invi- tar a aquellos lectores que –como yo– no conocen bien el teatro del Rector, a releer, por ejemplo, el desahogo de la mujer del pobre Cosme en el drama en cuestión; en una escena, la pobre mujer, recordando a una de las incomprensibles manías del marido que ella consideraba ya completamente loco, suspira desconsolada: “ Ha hecho tapar todos los espejos de casa”. ¡Ciertamente! ¿Qué es lo que habría debido hacer Cosme? Todos los espejos eran portadores de aquella imagen desagradecida y no evocada. El otro ( El Otro ) lo seguía en todo sitio, sobre todo tras el reflejo de los espejos de su misma morada... Pobre Cosme, lo per- seguía una imagen de sí que él no reconocía y que no quiso reco- nocer. Murió suicida. Él no tuvo ningún pretil al que agarrarse. Cuando en su artículo El problema de la personalidad a través del teatro de Unamuno , José Javier Granja habla de la simbología del espejo, lo asocia a la muerte y la nada, citando otros pasos de la obra La Esfinge, y del cuento La Venda que documentan bien el empleo de este elemento dramático en la ficción escénica. También en el cuento de 1908 El que se enterró asistimos a un diálogo imaginario entre el protagonista y su imagen que sale del espejo y toma vida; y tan sólo para poner otro ejemplo —pero en la narrativa unamuniana habría muchos más—, recuerdo también la tierna historia contada en El espejo del muerte (Madrid, Renacimien- to, 1913) que tiene el atrevimiento de afrontar un horrible problema que hoy siega muchas más víctimas que en los años diez: la anore- xia. Matilde, la protagonista del cuento, deja de comer porque ve que el novio José Antonio ha perdido todo el interés por ella. Tam- poco la madre puede entender su dolor, y la situación degenera. La niña se puso cada vez más lánguida y pálida. Cada vez más sola. Al fin, cuando sus condiciones de salud empeoran, también el novio la abandona. Matilde reúne las pocas fuerzas que le quedan y decide ir con la madre viuda a la fiesta del Virgen de los Fresnos, Nuestra ESPEJO - SPECULUM 193

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