NG200601004
teriosa adquirida por Jugo del Raza en uno de los muchos tendere- tes de antigüedades de los rastrillos de París. Para él, el espejo no refleja nada, para Jugo del Raza el espejo es sencillamente la nada, el agua turbia del Sena. La muerte física, que no pone remedio a esta total pérdida de sentido. “Y cuando, para volver acá he atravesado el puente de Alma –¡el puente del alma!–, he sentido ganas de arrojarme al Sena, al espejo. He tenido que agarrarme al parapeto”. Incluso tratándose de una novela fuertemente biográfica, no hay por qué pensar que el mismo Unamuno realmente haya inten- tado ahogarse en el Sena. El gesto de su personaje, eso sí, reafirma, una vez más, el aislamiento que Unamuno sintió en las grandes ciu- dades. Desde joven, cuando dejó Bilbao para estudiar en Madrid, tuvo que convivir con la desagradable sensación de extrañamiento. Condición que se refleja en la historia del desdichado Eugenio Rodero, protagonista de Nuevo Mundo . Llegando a Madrid para estudiar en la capital, el joven que nació y creció en el campo, pier- de el contacto con su aldea nativa, donde todo era invadido por aire y luz; ahora ya no puede descansar la mirada en el horizonte abier- to. Por las calles de la capital nadie lo reconoce, nadie cruza la mira- da con él. “Sucedióle una noche que encontrándose solo en su cuarto, presa de una nebulosa de ideas confusas le ocurrió cojer el espejo y mirarse. Al rato de contemplación, sintió una invasión extraña en sí mismo, como si un terrible misterio le envolviera, pronunció quedo, muy quedo, su propio nombre y el eco de su voz, como eco extraño brotado del misterio, le dio escalofrío. Pareciose otro, se vio desde fuera, sintió el espacio que ocupaba y se sintió solo, enteramente solo, solo y vacío. [...] Y arrebujado en las sábanas, luego, temblaba pen- sando en la nada [...]”. Nadie escucha aquel nombre, pronunciado en voz baja. El tema del espejo a menudo regresa como ficción literaria al teatro de Unamuno y –menos frecuentemente– a sus cuentos bre- ves. No me he ocupado nunca del teatro de Unamuno, y ahora tam- poco me ocuparé de ello, afortunadamente otros ya han destacado 192 SANDRO BORZONI
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