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ral no es parte del ámbito privado, sino que corre a sus anchas en todos los aspectos de la vida diaria, podemos decir que tal como se vive esta religiosidad, lo sobrenatural ha llegado a ser natural. Todo aquello que reviste alguna importancia se pone en rela- ción con el mundo religioso, sea de palabra o mediante diversas simbologías que son difícilmente descifrables si no se tiene la clave de acceso: un cordoncito rojo en la muñeca o el tobillo de los bebés puede parecer un adorno o pulsera, es sin embargo una protección ante el mal de ojo, embrujos y sobre todo de los espíritus chupado- res de sangre que amenazan las noches infantiles y ante lo cual los padres sienten pánico (parecidas creencias han estado muy extendi- das en siglos pasados en casi todos los países europeos). Como quinta característica destacamos el vitalismo folklórico : cuando la religiosidad dominicana se manifiesta de manera colecti- va lo hace con el canto y la danza, en calles y campos, templos y montes, plazas y romerías. Todo es una invitación a la vida, a la fies- ta, a la alegría y a la esperanza. Pese a las duras condiciones de vida, o tal vez debido a ellas, el dominicano se lanza al torbellino del baile, el son y la música, como antídoto a la miseria de la vida dia- ria. La música religiosa no está conceptuada a la manera occiden- tal, pues cuando se canta y se baila se mezclan: merengues con sal- ves, “Perico Ripiao” con sones de palos, antiguas letanías latinas con jocosas coplas populares... La música es religiosa porque se hace pensando en Dios, no porque verse sobre graves disquisiciones teo- lógicas. 3. EL ALTAR COMO ELEMENTO CENTRAL DE LA RELIGIOSIDAD POPULAR DOMINICANA Si hay que buscar un espacio físico, un emplazamiento concre- to donde la religiosidad dominicana se desarrolla y alcanza su máxi- ma expresión, ese sitio es el altar. No el altar del templo católico, EL CARIBE: RELIGIOSIDAD POPULAR Y VUDÚ 143

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