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quien en su libérrima generosidad se desborda en las múltiples exis- tencias que nos rodean. Su pobreza lo ve todo como don de Dios” 88 . Por tanto, a juicio del profesor Rivera de Ventosa, hay una dife- rencia radical entre una y otra espiritualidad, que tiene que ver con el tercer aspecto, ya que, para San Juan de la Cruz, las criaturas son, como se comprueba en la Subida al Monte Carmelo , un obstáculo y un impedimento para el ascenso, por lo que exige una renuncia ascética a ellas, mientras que Francisco las convierte, por usar la feliz expresión de San Buenaventura, en escalas o en itinerario del alma hacia Dios. Por tanto, hay una consideración negativa de las criatu- ras en la espiritualidad de los carmelitas, que está ausente, más aún, que es superada por la visión positiva franciscana. La clave está, dicho sea de forma muy resumida, en el sentido opuesto de la comunicación del hombre con Dios que observamos en una y otra espiritualidad. Ya que, mientras para San Juan a la bondad y perfec- ción del amado bien divino se llega apartándose de la oscuridad, de la nada de este mundo, para San Francisco este universo creado es vestigio e imagen del Bien, que se ha derramado con generosa y liberal gracia en todas las criaturas, que se convierten así en escalas para ascender a la contemplación de la suprema belleza y bondad. Pero, la raíz de la espiritualidad franciscana, como sello de la escue- la de filosofía franciscana, está en la concepción de Dios como bien, como amor de donación, que, aun siendo radicalmente pobres, nos enriquece y nos hace partícipes de su tesoro. El amor es, por tanto, la raíz del sentido de la pobreza franciscana, que ocupa un puesto destacado en su espiritualidad, porque sólo con ella puede la pobre criatura alcanzar la riqueza y el tesoro del cielo. Dios se hizo pobre para que nosotros, imitándolo, seamos ricos por la efusión de su amor. No es que ascendamos hasta el monte del amado, que tene- mos en nuestras entrañas dibujado, es que Él descendió hasta la pobre y humilde morada de nuestra alma para inundarla de su luz amorosa. Hay, por tanto, una clara contraposición en el sentido del ascenso hasta Dios, ya que en la espiritualidad franciscana, éste no se entiende sin el descenso de Dios al hombre. Termina el estudio del profesor Rivera de Ventosa con un aná- lisis de las relaciones de primacía entre la pobreza y la caridad. Y 520 PABLO GARCÍA CASTILLO 88 Ib. , p. 386.

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