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representa igualmente la añoranza unamuniana de esa vida en paz que él soñaba. Finalmente, Unamuno habla de Mallorca, una ciudad que, a sus ojos, está impregnada de franciscanismo, por el rezo de las monjas y el encendido orientalismo de Ramón Llull. Y de estos tres paisajes, asociados a la paz interior del francis- canismo, pasa el profesor Rivera de Ventosa al análisis de la vida interior unamuniana, a través de un precioso comentario del peque- ño ensayo El perfecto pescador de caña , en el que la caracterización de San Francisco, según la interpretación del profesor Rivera de Ven- tosa, alcanza su momento cumbre de plena placidez. El sabroso des- canso del pescador, sentado a la orilla del río y a la sombra de un álamo, que vive en suave baño de dejadez, mirando correr las aguas, trae a la mente de Unamuno, una vez más, la figura del santo y, sobre todo, el himno de la hermana agua, útil, humilde, preciosa y casta a su Creador. De nuevo, la mirada inteligente del intérprete ve en este evocador pasaje la íntima aspiración a la paz de dos almas, opuestas en su vivir. Finalmente, el profesor Rivera de Ventosa corrige la interpreta- ción unamuniana del juvenil anhelo de gloria de Francisco de Asís, que transparenta su alma caballeresca, luego trocada en alma itine- rante en su caminar hacia Dios, en compañía de las criaturas. Una- muno piensa que es tan fuerte ese anhelo de gloria que hasta el más sencillo de los seres humanos, el pobrecito de Asís, cayó en esa fla- queza humana. Pero no tuvo en cuenta que fue sólo un sueño juve- nil, abandonado muy pronto. No obstante, el profesor Rivera de Ventosa reconoce la sensibilidad que Unamuno manifiesta hacia esa espiritualidad interior y en paz que representa el santo de Asís. La visión de Ortega es de otra índole. Reconoce el profesor Rivera de Ventosa que el filósofo español valora algunos aspectos del franciscanismo que son dignos de mención. Por ejemplo, el aprecio del hermano cuerpo, que supone una inversión del idealis- mo platónico y que, a juicio de Ortega, es una sublime idea que eleva al cristianismo sobre el platonismo y el luteranismo. Igualmen- te aprecia Ortega el culto espiritual a la mujer que se exalta en el franciscanismo y, especialmente, el amor universal a los débiles, el beso a los apestados, que convierte a San Francisco en valedor del hombre doliente y pequeño. Ve también en la renuncia a todas las necesidades humanas, exteriores e interiores, el signo de quien deci- 516 PABLO GARCÍA CASTILLO
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