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tanto la voluntad es libre y renuncia gozosa a todo lo superfluo, lo que supone supeditar el conocimiento a la acción; alegría, que no renuncia jamás al mundo humano, sino que reivindica el valor de la persona e infunde el gozo de ser fiel a la propia vocación; paz, pues es el correlato de la alegría, como ley del mundo de la espirituali- dad, y alegría y paz no son sino frutos de la bondad y del amor, fuente de la vida; unidad y concordia, como consecuencias de la comunión del bien. Para Lavelle, San Francisco es el santo que ha seguido el cami- no, no de la ausencia divina por la que suspira el alma insatisfecha, sino el de la presencia total de Dios en el eterno presente en que transfiguró la vida humana. Una honda visión de la espiritualidad franciscana que sedujo al profesor Rivera de Ventosa, que, tras rechazar una por una las críticas que el filósofo francés ha recibido por su interpretación ontológica, propone un sencillo ejercicio de sensatez y sentido común para leer esta profunda visión de la espi- ritualidad franciscana. Por este motivo, termina su sentido y equili- brado estudio con estas palabras: “Nos parece demasiado dura la conclusión del crítico mentado (J. Eymard d’Angers) al decirnos que “pese a su fama y a la gran autoridad de que goza, no se puede recomendar su estudio; hay que pedir a los lectores prudencia y moderación”. Nos parece que para leerle con aprovechamiento basta alguna dosis de buen sentido y una buena voluntad de acer- camiento y comprensión. Por nuestra parte lo hemos leído reitera- damente con emoción contenida y en comunidad de espíritu” 86 . El segundo artículo, como dijimos, recoge tres visiones de la espiritualidad franciscana del siglo XX. Respecto a la perspectiva estética que presenta Menéndez Pelayo, el profesor Rivera de Ven- tosa ha rastreado todas sus opiniones sobre el santo y sobre todos los miembros de la orden franciscana que han tenido cierto peso en la cultura europea, para concluir que el prestigioso crítico español no sólo conoce la trayectoria íntima de la orden, sino que siente y vive el franciscanismo de forma profunda. Así lo demuestra especial- mente, no ya al juzgar algunas obras sublimes de San Buenaventu- ra o de Ramón Lull, sino cuando dirige su mirada crítica a las obras dedicadas a los franciscanos por el genio dramático de Lope de 514 PABLO GARCÍA CASTILLO 86 E. Rivera de Ventosa, “Dios presente en San Francisco...”, O.c., p. 321.
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