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del mundo, así como el de defender la unidad del entendimiento agente o la negación de la felicidad eterna, como aspiración del ser humano. Lo indudable es que la principal pretensión de San Buena- ventura fue librar a la sabiduría cristiana del naturalismo desborda- do del averroísmo latino, valorando la razón, como luz que ilumina al hombre, y la insuficiencia radical de la filosofía respecto a la sabi- duría cristiana. Ciertamente critica algunos puntos de la filosofía aris- totélica, pero acepta otros muchos, manteniendo una actitud equili- brada y serena, consistente en admitir aquello que Aristóteles aporta a la filosofía de las cosas humanas, pero rechazar lo que se aparta de la sana doctrina cristiana. Y aquí radica, a mi juicio, la importan- cia que San Buenaventura adquirió, no sólo como fundamento de la trayectoria investigadora del profesor Rivera de Ventosa, sino como guía de su propia forma de pensar y de vivir. San Buenaventura fue su modelo fundamentalmente por su capacidad de discernir con equilibrio los puntos comunes entre los distintos modelos que ofre- cía la filosofía griega y medieval, por su armónica visión del prin- cipio supremo del ser y del bien y, sobre todo, por haber abierto el camino de una sabiduría cristiana, capaz de integrar lo mejor de la filosofía antigua y de la revelación. En todos estos puntos, él fue su guía y su principal fuente de inspiración. J UAN D UNS E SCOTO Duns Escoto es el autor más estudiado por el profesor Rivera de Ventosa, después de San Buenaventura. Y ocupa el lugar más destacado entre los autores a los que dedicó sus artículos en la revis- ta Naturaleza y Gracia , ya que sobre el pensamiento del Escoto publicó en ella cinco artículos. Todos ellos analizan, con rigor y pro- fundidad, algunos aspectos esenciales de la metafísica escotista. Lo que descubre el profesor Rivera de Ventosa en la obra de Escoto es el mismo voluntarismo metafísico del Bien de San Buenaventura, pero desprovisto ya del lenguaje neoplatónico, algunas de cuyas expresiones le resultaban inadecuadas. Y, sobre todo, lo que más destaca es la constante afirmación de la liberalidad y absoluta gra- tuidad del amor comunicativo divino. Si prescindimos de los tres más breves, en los que encontramos temas ya comentados, como el 496 PABLO GARCÍA CASTILLO
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