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nia, describe el itinerario del alma hacia Dios, señalando cinco hitos del mismo, que son la meta, el mediador, el modelo, la actitud del alma y las etapas de su recorrido. Resumiendo su amplia exposición de estos cinco hitos, podemos decir lo siguiente. El primero es la meta, un hito en el que el alma, ha de alcanzar la paz extática, en la que está en sosiego, anticipo de la vida eterna. El segundo es el mediador, un hito que hace al alma consciente de que no puede ascender sola, sino que necesita del mediador, que es Cristo, que es el camino, la escala y el vehículo, como propiciatorio colocado sobre el arca y sacramento escondido en Dios desde tantos siglos. El tercer hito es el modelo humano que tiene ante sí, en aquel monte. Es el santo fundador y padre espiritual, cuya vida es un camino seguro para alcanzar el tránsito a la plenitud. El cuarto hito es la actitud del alma itinerante, que es la de la transparencia del anhelo de paz. Un amor que la lleva a ascender hasta la meta dese- ada. El quinto hito lo constituyen las etapas del viaje de ascenso hasta Dios. A modo de la odisea del alma, que tanta fuerza persua- siva tuvo en el neoplatonismo, San Buenaventura describe este viaje como un proceso de interiorización y ascensión, al modo agustinia- no, destacando tres puntos que indican el sentido del camino: el iti- nerario es una escala, es un ascenso y es una vuelta, un regreso. Es una escala, ya que el alma contempla los objetos sensibles transfi- gurados con un halo de eternidad y los usa como peldaños para su viaje. Es un ascenso por los distintos grados de iluminación que el alma recibe hasta alcanzar el descanso de la contemplación. Y es un regreso a la casa del Padre, como volvía Ulises al hogar del que salió, o, como regresó el hijo pródigo al regazo del padre. Una visión cristiana de este viaje transforma estas viejas metáforas en nuevos hitos del camino del alma hasta la morada celestial. El segundo momento de plenitud coincide con la circunstancia histórica de su aceptación de guiar la nave de la Orden, que, como resume el profesor Rivera de Ventosa, “tenía ante sí un doble peli- gro: la indisciplina y abusos de los miembros de la misma y la agre- sión externa de quienes impugnaban el ideal franciscano como con- trario al Evangelio. San Buenaventura se torna conciencia en vela y muy alerta contra uno y otro peligro” 57 . Y, para analizar este momen- 494 PABLO GARCÍA CASTILLO 57 Ib. , p. 252.

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