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molde de Platón o de Plotino. El Seráfico Doctor los supera en su equilibrio sereno que sabe aunar las exigencias de las leyes funda- mentales del ser con la dinámica profunda que encierra la idea de “Bien”. Una vez más el pensamiento cristiano acoge lo mejor del pensamiento pagano, para perfeccionarlo y transmutarlo en una propedéutica de la gran cultura cristiana” 55 . El artículo en el que el profesor Rivera de Ventosa intenta pene- trar en una visión de San Buenaventura desde dentro es de índole totalmente distinta. Es una visión que utiliza el método fenomeno- lógico, que siempre fue acogido con eficacia por el profesor Rivera de Ventosa, por medio del cual desentraña las manifestaciones del doctor franciscano sobre su vida íntima, así como sus escritos, para reconstruir su personalidad interior. En cuanto a las manifestaciones sobre la intimidad de su alma y de su programa de vida, el profesor Rivera de Ventosa destaca la fidelidad del santo doctor a su vocación franciscana. En una carta confidencial, dirigida a un “hermano suyo”, el doctor seráfico reve- la su programa de vida, jalonado de propósitos, a los que llama “memoriales”. Lo fundamental para alcanzar este plan de vida es mantener una serena paz interior, un ensimismamiento, que exige un constante examen, que recomienda realizar hasta siete veces al día. Esta reflexión sobre uno mismo, que mantiene la paz interior, ha de traducirse luego en una irradiación de paz exterior, que se alcanza evitando entrometerse en nada que sea extraño al alma o, como prefiere decirlo el santo, siguiendo la terminología del Pseu- do-Dionisio, en un constante silencio exterior. Silencio al que ha de seguir el trabajo fecundo de las vigilias, por medio del cual se lleva a cabo el cultivo del espíritu. Pero no termina en el silencio, ni en la vida solitaria este pro- grama de vida que San Buenaventura se fijó como respuesta a su vocación franciscana. El silencio interior debe producir también un diálogo, un coloquio sincero con un amigo del alma, que pueda ejercer como padre espiritual y amigo fiel, al que se puedan confiar los secretos íntimos. Y, finalmente, todo este incesante cultivo del espíritu ha de culminar en el itinerario del alma hacia Dios, tras la 492 PABLO GARCÍA CASTILLO 55 Ib. , p. 36.
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