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dores de la filosofía, sin advertir quizás el hecho tan evidente de que, si Platón hubiera querido identificar su idea del Bien con Dios, lo hubiera hecho explícitamente, y no lo hizo jamás. Pero, como señala el profesor Rivera de Ventosa, “es indiscutible que estos tex- tos platónicos han nutrido a través de los siglos esa corriente histó- rica denominada voluntarismo metafísico, que aceptada por Plotino y aplicada a la teología católica por el Pseudo-Dionisio, culminará en las sublimes concepciones trinitarias de Alejandro de Hales y San Buenaventura” 52 . Tras el estudio de las dos grandes concepciones griegas, reco- rre el profesor Rivera de Ventosa el camino histórico que conduce desde el neoplatonismo de Plotino hasta San Buenaventura. El fun- dador de la escuela de Roma afirma reiteradamente en las Enéadas que el Bien es el primer principio, del que provienen la inteligen- cia, la vida y el ser. Esta procesión, que recibe el nombre de ema- nación, por la conocida imagen plotiniana de la comparación de este proceso descendente con la exhalación de los perfumes, cuyo aroma se difunde inundando todo el ambiente, esta procesión es necesaria, impersonal, carente de libertad, pues el Bien se difunde con la misma naturalidad que la luz del sol, como expande la nieve el frío o como da su caudal inagotable la fuente de todos los ríos de la tierra. Estas conocidas imágenes de la difusión del bien, acuñadas por Plotino y transmitidas por toda la tradición neoplatónica occi- dental, fueron genialmente transformadas, a juicio del profesor Rive- ra de Ventosa, por el iniciador de la metafísica cristiana del Bien, que fue San Agustín. De ahí que le considere un puente esencial entre los griegos y San Buenaventura. San Agustín aportó algo rotunda- mente nuevo a esta visión de una producción necesaria e imperso- nal de la realidad creada, fue su concepto de la Trinidad, como comunidad de amor de donación. Pero el obispo de Hipona sólo dio un primer paso, importante aunque insuficiente, en esta creación filosófica y teológica de una metafísica del Bien, por cuanto enten- dió que esta comunicación y donación de su naturaleza en las per- sonas divinas se descubría justamente en la imagen que la misma Trinidad había dejado grabada en el alma humana. En otras pala- bras, se trata del descubrimiento de la dimensión psicológica de esta 488 PABLO GARCÍA CASTILLO 52 E. Rivera de Ventosa, “La metafísica del bien...”, O.c., pp. 13-14.

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