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das, aquellas que alimentaron, en verdad, toda su biografía. De ahí la importancia de su consideración para mejor entenderla. En estos años de alborada abrió por primera vez la flor de su alma (de trage- dia calificó luego esa apertura) al conocimiento propio y del mundo. De esta época temprana recordará, como suceso que hirió vivamen- te su imaginación, una conversación en francés que oyó a hurtadi- llas en el salón de su casa entre su padre, que apenas lo conoció pues murió siendo muy pequeño, y un visitante. Quedó admirado de que los hombres pudieran entenderse hablando de un modo dis- tinto al habitual para él. Según confesó más tarde, aquella experien- cia, la más antigua que podía recordar antes de los seis años, fue como “una revelación del misterio del lenguaje”. La singular aten- ción que prestó a aquel hecho lo interpretó luego como una premo- nición o anticipo de su vocación de filólogo 4 . De aquella “bendita edad” o “edad de oro” de su infancia, la edad de su “santísima niñez”, la de sus “alegres días” y de sus “mejo- res años” –así la vio él 5 –, transcurrida en su “invicta villa liberal de Bilbao y en tiempo de guerra civil” 6 , quedó bien grabados en su memoria los recuerdos del colegio y del Instituto. Del primero, que era de pago y “uno de los más famosos de la villa”, recordará, ade- más de los castigos físicos individuales o colectivos que el maestro imponía en su severa justicia, ayudándose para ello de los medios a su alcance, como cañas huecas de varios tamaños, juncos de Indias bien macizos y alpargatas…, recordará, digo, el rezo diario del santo rosario, “de rodilla sobre los bancos”; y la recitación de otras oracio- nes como un padrenuestro y un avemaría por las benditas ánimas del purgatorio; o a San Roque, abogado de la peste; a San Nicolás, patrón del colegio, y otras, en fin, por las necesidades de la Iglesia y del Estado. Y si bien aquella práctica rutinaria le aburría, no deja- ba por eso de ser Unamuno un niño sensible a las cosas de religión. El mismo cuenta que se conmovía con recitaciones populares de la pasión y muerte del Señor, como aquélla que comenzaba “Pimpini- to, pimpinito / me fuí por un caminito…” 7 ; o las misas que repre- HACIA UNAMUNO CON UNAMUNO 423 4 VIII, 97, 234, 343, 419, 758-759. 5 VIII, 180, 184, 202.– Cf. VII, 1097, 1154. 6 VIII, 1245.– Se refiere a la tercera guerra carlista (1869/72-1876). 7 “Ya no nos suenan, ya no nos suenan siquiera –escribe en 1932– aquellas canturrias que brizaron nuestros inocentes sueños infantiles. Aquello de “Pimpinito,

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