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HACIA UNAMUNO CON UNAMUNO 460 ver” 174 . ¿Qué era a los ojos de Unamuno entonces lo que podía “vol- ver” de no rectificarse el rumbo? No se sabe, pero es inevitable pen- sar que detrás de esas palabras parece que se oculta un deseo ape- nas esbozado: el de que se produzca en efecto un gran acontencimiento, una conmoción, que obligue a “aquella” Repúbli- ca a corregirse. Más aún, conforme avanza julio, sus palabras son cada vez más claras a este respecto, y el deseo vergonzante se con- vierte en esperanza desesperada. “Hay que esperar para lograr lo inesperable”, dice citando a Heráclito. “Esperemos, pues, aunque sea desesperadamente; tengamos paciencia y hagamos de la pacien- cia barajando... Paciencia, pues, y a barajar. No del todo en silen- cio..., sino murmurando entre dientes: ‘¡Acaso’...!” 175 . No deja pues Unamuno de alimentar en esos días de julio que la historia dejó cla- vados en el corazón de España, el íntimo deseo de un giro contun- dente, de una verdadera “acción” que no se pague de palabras, como había sido hasta entonces, según él, lo habitual entre nos- otros. Estaba pidiendo sin pedirlo alguien que supiera “mandar”, alquien que tuviera “concentración mental” y acabara con la crisis de autoridad; alguien que no se limitara, como acontecía general- mente entre nosotros, a ocupar el puesto de mando y a lucirlo y a vestirlo. Estaba pidiendo –son sus propias palabras– un mando mayúsculo, un “mandón”, no un mandarín 176 . Terminamos aquí la primera parte de este artículo. En él nos hemos propuesto salir al encuentro de Unamuno clavados los ojos, si posible fuera, en los suyos. Hemos deseado ir agarrados de su mano, pegados a su escritura, sin apenas puentes de erudición. Bus- cábamos sencillamente encontrarnos con él, según él mismo se vio y se comprendió, según su palabra... Queda por conocer los últimos meses de su vida, todos ellos en guerra y de guerra civil. En medio de ella, pensándola y sintiéndola, no cesó de rumiar cordialmente a Dios y al Dios de su España, a la España histórica y a lo que veía 174 Ib ., 437-438. 175 III, 824. 176 Ib ., 825.- “El ensueño del joven español que piensa en la vida pública –dice Unamuno–, es lograr una posición. O sea, una colocación. Es escalar un pues- to. Y, una vez en él, asentarse. Y, una vez asentado, que le dejen en paz, que no le jeringuen. ¿Mandar? ¡Quiá! Ocupar el puesto de mando. ¿Crear algo nuevo? No; soñar que lo hubiese creado” ( Ib , 826).

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