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temporada de locura colectiva” y que “está hecha un manicomio suelto” 170 . “Porque revolverse –y menos revolcarse-, escribe a los pocos días, no es, sin más, renovarse”, que es lo propio de una ver- dadera revolución. La que se está haciendo en España desde que se proclamó la República “no renueva casi nada”. En realidad, dice, “no empezó una nueva vida pública en aquella fecha mítica” 171 . Las críticas, meditaciones o comentarios de Unamuno al filo del 18 de julio ponen de manifiesto que ha tirado la toalla del republi- canismo del 31 porque, entre otras cosas, no ha sabido crear paz ni justicia ni verdadera libertad. Más aún, da a entender que de haber sabido en abril de aquel año el curso que iba a tomar el nuevo régi- men, no lo hubiese votado 172 . Está “hasta la coronilla de ensayos de revolución” 173 . Y fino observador que era de una situación tan car- gada de electricidad, que llegó a sospechar que aquello no podía durar mucho, y vislumbró, a un mes de la guerra civil, la posibili- dad de una rectificación a fondo por la fuerza. “He oído decir –escri- be el 17 de junio– que España ha cambiado radicalmente desde hace cuatro o cinco años. ¡Embuste! Por debajo de las túrdigas de la vieja piel no hay en gran parte todavía más que carne viva o cica- trices sanguinolentas. Y es completa carencia de sentido histórico –o acaso frivolidad– asegurar que tal o cual cosa no puede ya vol- HACIA UNAMUNO CON UNAMUNO 459 170 “Trabajadores de toda clase”, en RE, O.c., en n. 2, 434. 171 “Ensayo de revolución”, en Ib., 435-437. 172 “Justicia y bienestar”, en Ib ., O.c., en n. 2, 440. 173 Muchos ejemplos trae Unamuno de esos ensayos. Pero entre los de últi- ma hora llama la atención uno que, por su acritud, puede adivinarse el estado de ánimo en que podía hallarse a un mes de la guerra civil. “Hace unos días -cuenta don Miguel- hubo aquí, en Salamanca, un espectáculo bochornoso de una Sala de Audiencia cercada por una turba de energúmenos dementes que querían linchar a los magistrados, jueces y abogados. Una turba pequeña de chiquillos -hasta niños, a los que se les hacía esgrimir el puño- y de tiorras desgreñadas, desdentadas, des- aseadas, brujas jubiladas, y una con un cartel que decía: ‘¡Viva el amor libre!’. Y un saco. Que no era ¡claro! del que se le libertó al amor. Y toda esta grotesca mascara- da, reto a la decencia pública, protegida por la autoridad. La fuerza pública ordena- da a no intervenir sino después de... agresión consumada. Método de orillar conflic- tos que no tiene desperdicio” (RE, O.c., en n. 2, 436). Da la impresión aquí Unamuno de haberse dejado llevar también de lo que él llamaba “teatralidad”. Dede luego, con esos adjetivos no aclara el fondo de la protesta. No parece sino que don Miguel se vio arrastrando en los últimos meses de su vida por el “ruido” de la calle en detri- mento de la consistencia de su acendrado liberalismo intelectual y político.
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