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padre y abuelo, y es lo que ciertos padres, madres y grupos estaban haciendo con la niñez, con sus propios hijos, inculcándoles odio y abreviándoles el tiempo de la inocencia. “Veo con espanto –escribe el 12 de junio– el espectáculo inhumano de esos pobres niños... a quienes padres, y lo que es peor, madres, desalmados, les obligan a mantener inhiesto el brazo derecho con el puño cerrado y a profe- rir estribillos de odio y de muerte y no de amor [...] ¡Qué terrible mañana, qué trágico descubrimiento de muerte y de odio se está preparando a esa niñez, porvenir de la patria!”. Ya no se habla de respetar la libertad de conciencia del niño. Ya no se habla de eso, denuncia Unamuno, se habla de adoctrinamiento, de que el niño ha de ser del Estado y aun de una clase; “ha de profesar la religión de Estado. Comunista o fajista, es igual” 167 . Aquella atmósfera social sobrecargada de violencia, de supues- tas revoluciones hechas o por hacer, torturaba a Unamuno. Retirado en la recogida “celda” de su casa de viudo, de padre y de abuelo, quiere pensar en paz... Pero “pensar en la paz” no puede. Los dia- rios de la mañana, que le hablan de muertos, de matadores, de dis- cursos mitineros... no le dan sosiego. En esos mismos diarios, “de vez en cuando, los claros de la censura, uno de los más claros e indicativos síntomas del entontecimiento progresivo de los que man- dan”. Y como añadiendo más tristeza al ya “triste desayuno informa- tivo”, se le viene a la memoria la película de la calle, y piensa que “hay días y lugares, horas y sitios, en que el ambiente de la calle lo es de una insolencia salvaje..., hija de enfermedad colectiva, de locu- ra comunal” 168 . Se trata, según él, de la revolución dramática, teatral, trágica unas veces, cómica otras..., de los que creen “en la revolu- ción ya reglada y empapelada –la Constitución es un papel–”... y la de los que piensan que “el arreglo de la casa está en la matanza”. Pues ni una ni otra, dice Unamuno, pues en ellas no se presienten “ni un aliento épico de verdadera guerra civil, de independencia nacional, ni un aliento lírico, quijotesco, de revolución ideal. De revolución de ideas” 169 . Unamuno se burla de aquellas revoluciones, pero le amargan la vida, y no deja de repetir que España “está en 458 ANTONIO HEREDIA SORIANO 167 VII, 1154-1555. 168 Ib., 687-688. 169 Ib., 1152.

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