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es que Unamuno fue, como decía él de Bernard Shaw, un hereje absoluto e integral, hasta de su propia herejía 148 . No es extraño pues que sabiéndose aislado por lo que él creía justa causa, exclamara con cierto regodeo jugando con su nombre: “¡Ay, santa soledad del querubín desengañado!” 149 . Sabía que su lucha le llevaba al aisla- miento y al destierro interior: “¡Se paga tan caro una conciencia clara! ¡Es tan doloroso mirar a la verdad” 150 . Experiencia que le hizo revivir y re-escribir con especial intensidad en estos últimos años su casi innato sentimiento trágico de la vida 151 . Pero Unamuno comenzó a sentir a partir de 1931 otro tipo de sole- dad más personal y desgarrada, la que provenía de la ausencia irrreme- diable de lo más íntimo de su “santa compaña”. Poco a poco fue ente- rrando a amigos, a hermanos, a su hija Salomé... El punto de máxima soledad, la muerte de su Concha en 1934, a la que llamaba cariñosa- mente su “costumbre” 152 . También comenzó a vivir en este tiempo su 454 ANTONIO HEREDIA SORIANO 148 “El Estatuto o los desterrados de sus propios lares”, en RE, O.c., n. 2,92. 149 VIII, 1201 150 Ib., 1200 151 IV, 1357.- Conviene recordar aquí sus dos producciones más significativas de esta etapa: El Otro (1932), drama en que trata el tema de la formación de la per- sonalidad humana, con sus tensiones, luchas y contradicciones y sin saber nunca quiénes somos en verdad, y San Manuel Bueno, mártir (1933), novela en la que puso, según dijo, “lo más íntimo y dolorido” de su alma..., todo su “sentimiento trá- gico de la vida cotidiana” (II, 50, 1115). 152 Pocos días antes de morir su mujer escribía a J. Chevalier, excusándose de no poder viajar a Grenoble donde se le preparaba el Doctorado Honoris causa: “Mi pobre mujer... se encuentra entre la vida y la muerte... Ya apenas si conoce... Pero siente y acaso imagina. Ella, que es una santa, fue siempre infantil; su alegría pura ha sido mi mayor escudo... Solía yo decir que mi mujer, mi Concha, era “mi cos- tumbre” (en el sentido de habitudo ); cuando me la arranque Dios –¡hágase su volun- tad!– me destrozarán el más íntimo tejido del espíritu” (EI, O.c., en n.1., 318).- Tras la muerte, dice a José María Salaverría que su mujer fue para él “una lección de generosa serenidad” y que la desgracia de su pérdida es la mayor que ha sufrido en su vida ( Ib., 319).- “Se me fue con Dios mi mujer -escribe a su amiga Emma H. Clouard-. Era el alma de mi alma, y más que mi amor, mi costumbre... En todas mis obras respira en silencio...” ( Ib., 320, 322).- A Jacques Chevalier le dice: “... se me fue mi santa mujer (q. d. D. g.) que era mi costumbre y mi alegría y que me daba lo que siempre más me faltó: serenidad y contento de vivir... Cuando ella se me esta- ba ya muriendo (fue una agonía de varios días) sentía el desgarrón de las entrañas. Y ahora cada día que pasa lo siento más hondamente” ( Ib., 323).

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