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“uno de los que más ha contribuido a traer al pueblo español la República” 140 , no se cortó en proclamar su desacuerdo con ella; tampoco con el ardor revolucionario callejero, parlamentario o gubernamental, o con la deriva que iba tomando el nuevo régi- men. Ese ardor o deriva fue para él señal inequívoca de que España iba a contrapelo de su historia íntima; de que, por negar- se a sí misma, estaba realmente enferma de locura colectiva y se dirigía hacia la destrucción y la nada 141 . La verdad republicana se encerraba para él en el lema que lanzó el día que cruzó la fron- tera: Dios, España, Ley. Lema que, tomado en bloque, le llevaba por necesidad a la inadaptación al medio en alas de un discurso de tradición liberal y castiza 142 , cosa que sólo entendieron unos pocos en aquella circunstancia, aquellos (no muchos) que le aplaudieron hasta el final de sus días y lloraron su muerte. Ciertamente que el tono y tema de sus opiniones hasta agosto del 32 en el Parlamento y hasta casi el final de su vida en la prensa, daban pie al menos a la perplejidad, pues lo mismo criticaba pasto- rales episcopales o los gritos de “¡Viva Cristo Rey!” dados en la calle por las damas de Acción Católica que la política anticlerical del Gobierno; lo mismo la falta de religiosidad interior del catolicismo oficial que el laicismo antiliberal y anticultural republicano, enemigo de la íntima constitución y tradición religiosa del pueblo al que decía servir; lo mismo la devoción jesuítica al Sagrado Corazón que la HACIA UNAMUNO CON UNAMUNO 451 nes soñaban con la República: “También nosotros, los que aparecemos frente a usted, soñábamos otra cosa. Siempre se sueña otra cosa. También nosotros nos sen- timos desencantados... Lo peor de la República me parecen los republicanistas, que no son precisamente los republicanos” (RE, O.c., en n. 2., p 111). 140 “La antorcha del ideal”, en RE, O.c., en n. 2.,p. 88. 141 En octubre del 31 escribía a un amigo de Puerto Rico: “Me pregunta usted que cómo va la República. La República, o res-pública, si he de ser fiel a mi pensa- miento, tengo que decirle que no va: se nos va. Esa es la verdad... Tiene usted razón al decir que en el Parlamento contamos con un grupo selecto que honra a España. Pero ese grupo minorista es muy reducido, tan reducido es que no puede contener, por muchos esfuerzos que haga, el empuje arrollador de la crápula que lo integra. Así va todo. De los improvisados genios del banco celeste ¿qué quiere que le diga?... En fin: esto dura poco. El pobre Hamlet tiene su fiel representación en ese falso tem- plo de la Ley: palabras, palabras, palabras...” (EA, O.c., en n. 21, p. 554). 142 “Yo, amigo, vengo del siglo XIX liberal y aburguesado...” en RE, O.c., en n. 2., p. 90.

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