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quica, nombrado por aclamación alcalde honorario de su nuevo Ayuntamiento 138 . Poco después, recién estrenado el régimen, lo tenemos de presidente del Consejo Nacional de Instrucción Pública, y de nuevo Rector, elegido esta vez por sus compañeros de Claus- tro; también diputado a Cortes constituyentes de la II República por sufragio popular, académico electo de la Española, Doctor honoris causa por las Universidades de Grenoble y Oxford, Ciudadano de Honor de la República... Y en medio..., homenajes de ámbito local, nacional e internacional a su persona, y vítores por doquier... Pero sobre esto hay que distinguir y decir que aquellos vítores y homenajes que nacían de puro fervor republicano, sin otra considera- ción, duraron sólo meses, acaso medio año desde la proclamación de la República. Para estos enfervorizados de ocasión política, mientras combatió, a veces con extrema dureza, a la monarquía, Unamuno fue indiscutible bandera de enganche. Sus críticas al rey y al régimen que encarnaba pusieron en ellos sordina a sus paradojas y contradicciones íntimas. Pero una vez Alfonso XIII fuera de España y desbordado el río revolucionario y vuelta ahora la crítica unamuniana hacia la nueva situación, aquellos que se movían por la sola pasión republicana no sólo comenzaron a dar la espalda a don Miguel sino que no pararon de tacharlo de pesimista, loco, derrotista y esquizofrénico. Desde luego, también hubo quienes, dentro o fuera del sistema, lo valoraron por encima de esa pasión, aun no compartiendo las formas y fondo de su pensamiento político y filosófico..., y los vítores y homenajes perdura- ron al menos hasta la guerra civil e incluso más allá... Lo cierto es que desde el verano de 1931 en que se inició en las Cortes el debate constitucional, Unamuno, enfrentado a casi todo el mundo, entre otras cosas por hablar con absoluta inde- pendencia de criterio y de disciplina de partido, por hacer de profeta, digamos, fue quedándose, desencantado, cada vez más solo con su verdad y consigo mismo 139 . Consciente de haber sido 450 ANTONIO HEREDIA SORIANO 138 “Aquí –cuenta Unamuno refiriéndose a Salamanca– le envolvió a uno en aclamaciones de bienvenida el mocerío estudiantil y obrero cuando volvía del des- tierro dictatorial, y aquí, a son de campana, el Concejo proclamó la segunda repú- blica española” (VIII, 650-651; IX, 459). 139 “Hablo al son a que el Espíritu me sopla”, dice en 1931 con frase expre- siva de profeta (VIII, 1157).- O esto otro, en 1933, de parecida resonancia: “He sen- tido que sopla sobre mí el aliento del Hado” (III, 1053). Dirigiéndose en octubre de 1931 a uno que soñaba con la restauración monárquica, le dice en nombre de quie-

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