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ciertamente, donde brilla la competencia del lector-intérprete, pero hay ocasión que en medio de una erudición de lujo, nos quedamos con hambre de Unamuno mismo, con hambre de su palabra, de su alma. Por eso me he propuesto aquí, después de darme un baño de lectura medianera, dejar aquéllas respetuosamente a un lado y pro- curar verlo en directo siguiendo el curso de sus palabras, dejándo- me llevar de ellas para comprenderlo, si posible fuera, desde él mismo y su contexto. Entrar un poco más adentro para hacerlo mío . Ese es –creo– el deber y la necesidad de cada uno, y acaso de cada generación: la de hacer suya la historia; la de volver sobre el pasa- do para repensarlo y sentirlo de nuevo, para actualizarlo y así ali- mentar la vida individual y colectiva de cada presente. Y esto, que es ley general de salvación de cultura humana, sin lo que desapare- cería lo que la hace posible –la tradición–, es imprescindible y aun urgente cuando se trata de obras y vidas ejemplares, o cuando menos han tenido la feliz peculiaridad de dar que pensar y que sen- tir. Y Unamuno es uno de los pensadores que más ha removido la conciencia española, y aun parte de la europea y americana, en la primera mital del siglo XX. Y eso en un tiempo en que podemos presumir los españoles de contar con un buen elenco de hombres de pensamiento y acción de sobresaliente calidad. No en vano se ha llamado a esa época la Edad de Plata de la cultura española; aun- que, por la concentración y riqueza de sus escritores de todo tipo y género, muy bien le puede convenir el título de nueva época dora- da de nuestro espíritu. Doble mérito e importancia de Unamuno que sobresale entre los sobresalientes. Su figura, contradictoria como la que más, como la vida misma, interesa porque abordó de forma muy particular temas que siempre han preocupado a la humanidad, y desde luego a la que vive de los altos Pirineos a la esbelta y solitaria roca de Gibraltar: puntas de tenaza que aprietan ancestralmente a unos hombres que comparten el mismo territorio obligándolos a convivir. Y de entre todos los asuntos que pueden extraerse de la rica obra unamuniana, para esta ocasión he elegido tres: Dios, que nos crea o nos sueña (así lo diría Unamuno) pensándonos, amándonos, o que nos ama y piensa soñándonos y creándonos, y nos rige con su Providencia y nos señala a cada uno un destino, una misión; España , que nos acoge y HACIA UNAMUNO CON UNAMUNO 421

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