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con el materialismo histórico o con el pesimismo derrotista y para- lizante. Tenía que ver, como dijo, con “otro mundo de aspiraciones ultraterrestres, de anhelos de inmortalidad, de angustia metafísica, de congoja por la finalidad humana del universo” 128 . Sigue pues manteniendo, después de su crisis del 97, un “odio inextinguible” al positivismo 129 . Incluso rechaza una vez más su marxismo juvenil: “Yo también pasé en mis mocedades –¿quién no?– por la doctrina aquella del materialismo histórico, por aquella doctrina tan superfi- cial que ve en el fondo de los fenómenos sociales el económico y proclama que toda lucha es de intereses. Doctrina que está en revi- sión y en descrédito y de la que yo mismo, ablandándoseme con los años el corazón, he ido desprendiéndome” 130 . Veamos en la siguien- te etapa de su vida la caída de esas escamas mentales juveniles y la recomposición de su universo intelectual. 2.5. Q UINTA E TAPA (1930- JULIO 1936) Con el regreso a España en 1930, se inicia en sentido lato el “último” Unamuno. Esos años forman ya parte de nuestro tiempo; son su antesala inmediata. El hoy, por poco que se escarbe, pende todavía mucho de aquel sexenio. Si en la historia de un pueblo todo está enlazado, de modo que pasito a paso podemos llegar muy atrás, lo cierto es que a la hora actual late aún muy fuerte entre nosotros la experiencia republicana y la guerra civil y sus consecuencias. Acer- carse a aquel momento a través de Unamuno, el intelectual insobor- nable que actuó por encima de partidos, que ya había movido y removido la conciencia nacional y que no tuvo miedo de decir a todos, arriba y abajo, a diestro y siniestro, cual vehemente profeta bíblico, su verdad...; Unamuno, como digo, ha de darnos alguna cla- ridad para comprender lo que realmente estuvo en juego para él por debajo de los ruidosos y visibles acontecimientos de la política. A él, que en medio del tráfago hablaba y escribía para la eternidad (así lo deseaba él al menos y por eso escribía y hablaba como lo hacía), le HACIA UNAMUNO CON UNAMUNO 447 128 VIII, 318. 129 Ib ., 327-328. 130 IX, 317, 360; VIII, 471, 562, 1153; IV, 455. Cf. también sobre esto último su artículo “Sobre el cavernicolismo”, en RE, O.c., en n.2, p. 102.
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