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medio de las fatigas de su quinquenio errante, sigue tratando esos temas, si con dolor, también con renovada fuerza, y aun con ilusión. Dolor e ilusión formaron siempre estrecho matrimonio en Unamu- no. Sabemos que le “dolía” todo; es decir, no sólo pensaba sino que sentía. Aplíquese esto a su “triángulo mágico” y no extrañaremos fra- ses como ésta de 1914: “Sólo nos duele España, nos duele de veras, a los que pensamos” 124 . Pensar todo en carne viva, eso es lo que intenta, pues como dice Unamuno, “no hay vida sino donde hay dolor..., el sordo dolor de un trágico pensamiento inquieto” 125 . Y fue, paradójicamente, ese dolor agudo e inteligente, y no la depre- sión parisina 126 , el que le hizo sentirse al final de esta fase todavía joven y con ánimo “para buscar un mundo más nuevo..., una Espa- ña más nueva” 127 . Es claro pues que a estas alturas, la “novedad” que para el mundo y para España deseaba el Unamuno rejuvenecido, nada tenía que ver con el positivismo, con el vulgar economicismo, 446 ANTONIO HEREDIA SORIANO inmanente optimismo, quién me ha hecho esta alma sino vosotras, montañas de mi tierra vizcaína?” (VIII, 359). En 1922 dice que ha sido ese “pesimismo trascendente” el que le ha servido de base al empuje con que ha venido luchando “en la vida civil y cultural” (VIII, 476). Y aunque confiesa que ha sido “aislado en esta isla [de Fuer- teventura] por pesimista” (IX, 1192; VIII, 755), acusa a sus adversarios desde su “fecundo aislamiento” canario, de no entender qué es eso del pesimismo (VIII, 573- 574, 578, 592, 721). En 1927 lo llama “pesimismo paradójico” (VIII, 755). 124 IX, 314. 125 VIII, 347-348. 126 Ib ., 602-604, 629-631.- Entre otras cosas, de París recordará “aquellas infer- nales mañanas de mi soledad” (VIII, 709). Ya lejos de la capital, en Hendaya, comen- zó a sacudirse “esta terrible modorra que amenazaba hundirme en perlesía el alma...; la terrible murria de estos meses de prueba [...] El ensueño de París acabó en un sopor, en una modorra, y apenas si comienzo a despertar de él”. En París, como dijo, le rindió “la murria [...] Llegué a temer que la inapetencia, con la desgana de tra- bajo, me iba ganando una desgana de vivir” (VIII, 645-646). 127 “Náceme ahora como una nueva juventud”, decía en 1918 (VIII, 404-406). En 1920 sentía tener todavía “una salud de hierro vizcaíno... Aún soy joven”, decía (VIII, 427, 430). “Es ahora, ahora –escribía en 1924–, cuando voy a llegar a los sesen- ta años, cuando brotan las más frescas esperanzas en mi pecho” (VIII, 520). Y en Hendaya, en 1925, a las puertas de España y superada la depresión parisina, vuelve a ponerse “a tono y toque. [...] Se me van derritiendo ciertos reconcomios y me va ganando una difusa serenidad...” (VIII, 646, 655, 739). Y ya no cambia, pues poco antes de romper su exilio exclama: “Me ha vuelto la alegría, la alegría de la niñez [...] La alegría del pensamiento del pesimista que dicen –uno de ellos el rey de Espa- ña– que soy” (VIII, 676, 686).
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