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“encendidos versos” preñados de simbolismo religioso 107 . Y entre sus ensayos, mencionemos Cómo se hace una novela (1927) y La agonía del cristianismo (1925/1931). Todos los escritos traslucen el mismo pensador y sentidor que salió de la crisis del 97, y aun el mismo que en algún sentido fue siempre. Tiene razón Unamuno cuando decía con la sinceridad que le caracterizaba: “Hombre que haya permane- cido más fiel a sí mismo, más uno y más coherente que yo difícilmen- te se encontrará en las letras españolas” 108 . En efecto, sigue desarro- llando en esta etapa sus temas de siempre, que parecen otros porque no deja Unamuno de explorar estilo y expresión y, en última instan- cia, porque nacían de íntimas vibraciones existenciales. “Me he pasa- do años y más años repitiendo unos pocos temas fundamentales... que no sólo he engendrado, sino he parido, entre penas de agonía espiritual, y he criado... Sé que quien piensa con el corazón doloro- samente, crea pensamientos para siempre, aunque no lleven luego su nombre” 109 . No hace falta decir que, aparte su “yo” (en el sentido en que él lo toma) 110 , entre esos “pocos temas fundamentales” están sus tres objetos máximos de perseverante ocupación y preocupación –Dios, España, Muerte/Inmortalidad–, los vértices de su triángulo mágico inevitablemente enlazados al núcleo de aquel su “yo”. En efecto, como un torrente inagotable de aguas revueltas, siguió Unamuno en esta fase pensando y sintiendo a Dios, a la patria (Espa- ña) y a la muerte/inmortalidad. Sólo algunos textos elegidos al azar para comprobarlo. “Si no soy un convencido racionalmente de la existencia de Dios –escribía en 1917–, de una conciencia del Universo y menos HACIA UNAMUNO CON UNAMUNO 443 107 E. R IVERA DE V ENTOSA : “El simbolismo de M. de Unamuno en ‘El Cristo de Velázquez’”, en A. Heredia y R. Albares (eds.): Filosofía y literatura en el mundo his- pánico (Salamanca, 1997) 163, 180. 108 VIII, 520. 109 Ib., 349. 110 “Yo no defiendo y predico –decía– un yo puro, como el de Fichte” (VIII, 360). “Soy... abogado del hombre, del yo. No de mí mismo, no de mi yo exclusiva- mente, sino de todo yo... Yo defiendo al hombre, a cada hombre” (VIII, 348). “No he dicho más que una sola cosa, me he dicho a mí”; frase que, al modo cínico, refle- ja que lo más hondo de su obra (piénsese en el triángulo mágico) ha nacido de una honda experiencia personal (VIII, 426). En 1921 declara: “Y con qué complacencia escribo este “yo”, la palabra más desinteresada, la más dadivosa, la más social, la más liberal, la más universal” (VIII, 463, 723). El “yo” de Unamuno es pues concre- to y solidario. El al menos no se tuvo por egoísta (VII, 1038).

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