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aliadófilos, fue visto desde el comienzo por Unamuno como una nueva Revolución Francesa por los cambios profundos que sospecha- ba iban a producirse no sólo en los escenarios de la guerra sino fuera de ellos. En efecto, la Gran Guerra no sólo transformó profundamen- te el mapa político de Europa, sino que removió las inteligencias de todo el mundo. En España concretamente la clase pensante se dividió en opuestas direcciones, y Unamuno, decididamente aliadófilo, tachó la neutralidad oficial como signo de esterilildad y de impotencia 93 . Además, a partir de estos acontecimientos, se consolidó aquí una acción pública a gran escala, políticamente incorrecta, llevada a cabo por representantes de aquella nueva figura civil nacida entresiglos –el “intelectual”– que luchará al margen de los partidos históricos por una transformación radical del Estado. A esta nueva figura pertenece don Miguel que, deseoso de actuar “sobre el pueblo con alma de ideas”, declara ser un “impenitente fiel del Estado... futuro, de ese Estado español, conciencia jurídica y pedagógica de la patria que está aún, a falta de ideas, por nacer” 94. Como se sabe, no parará ya hasta ver trans- formada o caída la Monarquía. A partir de ahora no fue sólo director de conciencia desde la atalaya de un aficionado de tendido con miras estéticas de interiori- dad, sino monosabio bregando en la arena de la realidad histórica de España. No obstante, ahora como antes y después, su compro- miso tuvo siempre algo o mucho de profético 95 . Habló desde la 440 ANTONIO HEREDIA SORIANO 93 Unamuno acuñó también para esta ocasión la expresión “las dos Españas” (IX, 356). 94 Ib., 315-316. 95 Unamuno decía de sí mismo: “Yo, individuo, profeta, mito” (VIII, 477, 618). “¿Se va a estar siempre haciendo de profeta, o qué?”, escribió en julio del 31 (RE, O.c., en n. 2, p. 96, Vid. también pp. 112 y 217. En esta última aplica el térmi- no profeta a Quevedo, y explica su sentido asimilando dicho término al verdadero historiador: “¿Profeta Quevedo? ¡Profeta, sí! Que profeta no es propiamente el vati- cinador, el adivino del porvenir sino el que les descubre a los demás la razón –o la sinrazón– de lo que ha pasado, el historiador”. En otro lugar, con clara referencia a su propia función de intelectual o escritor público, dice que el “espíritu objetivo es el de un anti-profeta. Profeta no es adivino…, no es el que dice lo que pasará maña- na o pasado mañana, o el año o el siglo que vendrá, sino el que declara lo que está pasando hoy por dentro –mejor, lo que está quedando– y lo que pasó –o mejor, quedó– ayer; todo lo que los demás, si lo saben, se lo callan…” (VII, 1108-1109). “Profeta de España” llamó Marañón a Unamuno (G. M ARAÑÓN : “Muerte y resurrec- ción de un profeta”, en OC, IV [Madrid 1968] 321-324).
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