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libre”, al modo de “intelectual” inclasificable, pero –eso sí– preso sin remedio de la “trágica pasión” que analizó en su libro de madurez 90 . De esa pasión hay que partir para comprender desde dentro esta etapa. Sólo que si en 1897 fue causa de un vuelco sapiencial, cuyo fruto más granado fue la iluminación interior de su triángulo mági- co (Dios, España, muerte/inmortalidad); ahora esa misma pasión, sin dejar de alimentar el núcleo de sus preocupaciones esenciales, incitada por nuevos acontecimientos (la guerra europea del 14; su destitución, la deriva de la política nacional, etc., etc.), le hizo salir de su ensimismamiento trascendente y adoptar una posición de clara beligerancia civil. Quizá sea eso la nota más destacada de esta fase. “Estalló la gran guerra en agosto de 1914 –nos dice– y poco después comenzó mi guerra también” 91 . Esa guerra, dice en otro lugar, “noblemente trágica, solemnemen- te trascendental [...] ha servido para que se trame aquí una tregua polí- tica, so capa de la cual ejercen sus hazañas picarescas los aprovecha- dos, y casi se suspenda la acción civil pública. Pero ella traerá, estad seguros, una sacudida espiritual, no sólo a los pueblos beligerantes, sino a los al parecer neutros, a nuestra pobre España entre ellos... Y si, como es de esperar y de desear, triunfa en ella la democracia de la justicia sobre el imperio de la fuerza, o perecemos como nación –como pueblo con misión en la historia de la humanidad– , o habre- mos de construir el Estado a base de pedagogía libre, libre de la mala educación de nuestra política cabileña” 92 . Este conflicto, que dividió la inteligencia española en dos orientaciones espirituales, germanófilos y HACIA UNAMUNO CON UNAMUNO 439 90 VIII, 333, 448, 709; IX, 312, 315, 333. Para comprender su idea de la acción política en el momento inicial de esta etapa, léase su conferencia de 1914: Lo que ha de ser un Rector en España (IX, 296-316). Puede verse aquí su idea acerca de la misión de la Universidad (IX, 311-312, 340). 91 VIII, 444. Con motivo de su destitución emprendió “con una vehemencia no del todo normal –dice él más adelante– una campaña, de una parte, contra la causa germánica, y de otra, contra la monarquía, o mejor contra el monarca” (IX, 459). Se llamón a sí mismo “hombre de guerra” (VIII, 336), y su sino fue, sobre todo desde su crisis, “dar coces contra el aguijón” (VIII, 330). “Pienso vivir bastante para dar guerra. Es para lo único que vivo”, decía en 1922 (IX, 378). Y todavía en 1933 escribía: “Y desde aquel verano de 1914, en que empezó mi mayor batalla, ni un solo día de verdadera paz” (I, 659). “Hombre de guerra civil”, lo llamó su amigo J. Cassou (VIII, 714). 92 IX, 315-317; VIII, 342, 355-364.

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