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ocupaciones, sobre todo al final de su vida: el ver cómo, ya enton- ces, se le iba envolviendo en leyenda. “Que es una de las tragedias en parte dolorosas y en parte consolatorias –decía refiriéndose a Costa, y de reojo a sí mismo–, la de la vida de un hombre que ve cómo el que es se va sintiendo borrado por el que de él hacen todos los demás. Y es que ya no es suyo; es de todos los otros, que han hecho de él otro hombre, en el cual queda enterrado, pero que es el que vive y en el que ha de vivir siempre” 1 . ¿Siempre? Démoslo por hecho, pero en todo caso no petrifica- do ni enterrado del todo. Ese fue al menos su deseo, y su cumpli- miento será ahora principalmente responsabilidad del lector, y del modo de acercarse a la escritura ya hecha y entregada. Si Unamu- no, como todo escritor, ha de vivir en la historia, ha de serlo nece- sariamente re-creándose en sus lectores. Estos, los lectores, serán hijos suyos por efecto de su obra, y a la vez padres del autor en vir- tud de la asimilación recreadora. A ese “comercio” universal de la palabra, sangre del espíritu, es a lo que Unamuno llamaba lo eter- no de la Historia. Sólo en esa eternidad, decía, se hace y se recobra el alma: la del lector en la del autor y la de éste en la de aquél…, con tal –claro está– que se den ciertas condiciones. Demás está afir- mar que para lograr ese objetivo, nuestro principio hermenéutico se basa en la convicción de que la más adecuada aproximación a Una- muno está en ir de su mano. Por fortuna siempre es posible, a pesar de montañas de “lectu- ras”, todas supuestamente fidedignas, muchas excelentes y clarifica- doras, sacar punta a la obra y pensamiento de don Miguel. Pero son tantas, y eleboradas algunas con tal aparato crítico, que a veces los árboles no dejan ver el bosque. Hay mucha finura hermenéutica 420 ANTONIO HEREDIA SORIANO 1 M. DE U NAMUNO , OC, IX , (Madrid 1966) 408, 416.– Vid. también t. VIII, 435.– “No sabe usted –escribía a J. Castillejo en 1933– lo que estoy sufriendo con el mito con que me ahogan” ( Id., Epistolario inédito [EI], II. Edic. de L. Robles (Madrid 1991) 301-302.– Y en octubre de 1934 escribe: “¿Quién no tiene su mito, su leyen- da, aunque contenido en mezquina aldea? El que nos hacen los demás; el reflejado en ese espejo de múltiples facetas, que es la sociedad que nos mira y cree conocer- nos. Y este mito, que cuando uno alcanza gran popularidad –o impopularidad, que es lo mismo– nos faja y ciñe y aprieta; ¡qué terrible cárcel broncínea es!” (VIII, 1218.– Cf. III, 826).– Las Obras completas de Unamuno citadas es la de la editorial Esceli- cer (Madrid, 9 tomos, 1966)

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