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a todos la contraria...” 79 . Él mismo, tocando ya el final de esta etapa, cumplidos los doce años de su Rectorado (fue nombrado Rector de la Universidad de Salamanca en 1900), define ese tiempo suyo trans- currido como inquieto y “accidentado”, pero no desorientado. Lo percibió, como dijo, con “ese sentimiento de soledad que a una cier- ta edad de la vida nos asalta... Doce años haciendo no una firma, no una reputación, sino haciéndome un alma! ¡Y siempre el alma por hacer!” 80 . Al vivir obsesivamente analizándose, sintió con espe- cial agudeza sus cambios vitales, y “alguna vez –nos cuenta en 1909– ante un retrato mío de hace 25 años me he dicho: ¿pero este eras tú?” 81 . A estas alturas ya no se reconoce en aquel muchacho “tan leído, tan erudito, tan científico, tan objetivo, tan cargado de citas y de teorías de otros... Pero el pobre murió –nos dice–, murió ahogado por otro, por un predicador personal, arbitrario, apasiona- do, lírico y ¡ay! muy poco o nada sabio [...] La vida me ha ido dando jugo y haciéndome dueño de los libros, de esclavo que era de ellos” 82 . Pero la crisis del 97 no fue sólo religiosa; o mejor, esa crisis arrastró otras, entre ellas la de su socialismo militante. Del PSOE lo sacó la necesidad de superar el humanismo secular y dar sentido a la vida y a la muerte por la renovación del ideal religioso, que es, según él, el “gran ideal por excelencia” 83 ; en última instancia, la pre- ocupación por “el final del destino humano y el pavoroso problema HACIA UNAMUNO CON UNAMUNO 437 79 Ib ., 243-247, 255, 275-276, 287, 297-298, 485-486. Más adelante dijo que su “verdadera vida pública nacional” comenzó con su Rectorado. (IX, 458). 80 VIII, 297. 81 Ib ., 262. 82 Ib ., 266-267, 288. 83 Ib ., 227. Ese “ideal” tiene en esta etapa arranque de genuina confesión cris- tiana: “Y no se me diga que me contradigo al hablar de un gran ideal, cuando antes dije que lo importante son los hombres, no las ideas, porque mi ideal religioso se cifra y compendia en un hombre, en el hombre por excelencia, en el Cristo. Del cual reniegan no pocos jóvenes en España porque no le conocen. Ni se toman la moles- tia de estudiarle, ateniéndose a las superficialísimas vulgariadades que respecto a él pronuncie cualquier Nietzsche, o tomando por genuinamente cristianos los desvarí- os ascéticos de la Edad Media. Y es lo curioso que se nos vienen luego con un hele- nismo de quinta mano, sin saber que todo eso del odio a la carne y a la vida es de origen griego, no cristiano. Todo lo que dicen odiar en el cristianismo es lo que del paganismo se ha introducido en él, lo que lo desnaturaliza” (Ib.) .
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