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hay, sin embargo –escribía en sus célebres ensayos– un verdadero furor por buscar en sí lo menos humano; llega la ceguera a tal punto, que llamamos original a lo menos original. Porque lo original –decía– no es la mueca, ni el gesto, ni la distinción , ni lo original; lo verda- deramente original es lo originario, la humanidad en nosotros” 51 . Por eso invita a abrir puertas y ventanas de la casa patria al ambiente exte- rior, a Europa, al mundo, a lo “otro” que nosotros; y a la vez, chapu- zarnos en pueblo, donde dormita inconsciente la tradición eterna, el ideal, y estudiarlo para conocerlo, y conocerlo para amarlo... “Quisie- ra sugerir con toda la fuerza al lector –concluye las observaciones que ha ido desgranando en esta serie de artículos famosos– la idea de que el despertar de la vida de la muchedumbre difusa y de las regiones tiene que ir de par y enlazado con el abrir de par en par las venta- nas al campo europeo para que se oree la patria... ¡Ojalá una verda- dera juventud, animosa y libre..., se vuelva con amor a estudiar el pueblo que nos sustenta a todos, y abriendo el pecho y los ojos a las corrientes todas ultrapirenaicas y sin encerrarse en capullos casticis- tas, jugo seco y muerto del gusano histórico, ni en diferenciaciones nacionales excluyentes, avive con la ducha reconfortante de los jóve- nes ideales cosmopolitas el espíritu colectivo intracastizo que duerme esperando un redentor!” 52 . Por último, merece la pena notar que en esta su segunda etapa vital, positivista y europeísta, Unamuno resbaló por el paisaje caste- llano, que tan hondamente le impresionará poco después. No sólo no fue captado por él sino todo lo contrario. El paisaje que se asomaba a la meseta manchega le parecía cosa de sueño y muerte; le abruma- ba y como que le arrancaba de sí y alienaba... Un paisaje que le obli- gaba, según decía, a vivir en pasado, a ser místico y metafísico a con- trapelo de su afición entonces... Prefería por aquellos años paisajes de vigilia y vida, de esperanza de futuro, como eran para él entonces sólo los de su tierra natal... 53 . Sin embargo, al final de esta etapa y comienzo de la siguiente, seducido por su experiencia salmantina, absorberá en jugosa síntesis el doble paisaje que más profundamen- te hirió su retina de vizcaíno nativo y salmantino de adopción 54 . 432 ANTONIO HEREDIA SORIANO 51 I, 794. 52 Ib ., 797, 866-867, 869. 53 Ib, 128-129.– IV, 157-158. 54 IV, 237.

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