NG200501003

Sabemos y reconocemos que la normativa y práctica religiosa y que la misma institución eclesiástica está por encima de categorías seculares, pues en el campo religioso y eclesial rigen valores como pueden ser el de la espiritualidad de comunión, el particular del seguimiento de Cristo y el peculiar del aprecio de un carisma y vivencia, de una solidaridad tan singular como la de la fraternidad y otros principios o valores que damos por conocidos y vividos. Tenemos muy presente que, contrariamente a las ideologías que invocan las reglas de la mayoría, la Iglesia recuerda que no bas- tan democracia, ley, igualdad, libertad, fraternidad, relaciones inter- personales, minoridad, pobreza, etc., aspectos que son tratados y se reflexionan en tantas publicaciones sobre la espiritualidad del Dere- cho general y particular, las Constituciones. Se hace necesario que la norma sea, además de buena, razonable y justa, evangélica. De acuerdo y en conformidad con las mayores y mejores tradi- ciones morales y religiosas de la humanidad, la Iglesia afirma, repi- tiendo las palabras de Jesús, que no debe hacerse con el prójimo aquello que no se querría que los otros hicieran con nosotros (Cf . Mt 7, 12 y Lc 6, 31 ). Si la tradición de la sabiduría humana ha lla- mado a esta máxima “la regla de oro”, es porque sólo respetando esta regla , los hombres pueden vivir en paz y en buena armonía. Así que el futuro de la humanidad y dentro de la humanidad, el futuro de la Iglesia y el de la vida consagrada dependen , lo diremos con lenguaje evangélico, de la caridad o del amor. Un amor que debe llevar al fiel cristiano y, en nuestro caso, al miembro de un Ins- tituto de vida consagrada, a demostrar que está dotado de esa capa- cidad de amor necesario para la aceptación de los valores que sus semejantes incorporan, en prueba de progreso o simplemente de un humanismo cívico querido por Dios, al comportamiento exigido al grupo, comportamiento que corresponde y responde al de unas relaciones interpersonales correctas, y, por añadidura, afectuosas o simplemente solidarias. La democracia, valor de la buena postmodernidad, consecuen- cia del rechazo de las sombras y errores de la modernidad, apuesta por el respeto y la aceptación de la ley, por la proclamación y vivencia de la igualdad y por el reto de la libertad. No parecería ni inteligente ni espiritualmente renovador que la legislación y práctica 172 SATURNINO ARA

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