NG200501003
tatis splendor, el esplendor de la verdad, nos lo pone de manifiesto. Contiene abundancia de afirmaciones que exponen el valor de la verdad como guía: “Según la fe cristiana y la doctrina de la Iglesia, sólo la libertad que se somete a la Verdad conduce a la persona humana a su verdadero bien. El bien de la persona consiste en estar en la Verdad y en realizar la Verdad” (n.84). Y también: “El Bien supremo y el bien moral se encuentran en la verdad: la verdad de Dios Creador y Redentor, y la verdad del hombre creado y redimido p or Él. Únicamente sobre esta verdad es posible construir una socie- dad renovada y resolver los problemas complejos y graves que la afectan...” (n.99). Llevado y aplicado todo esto a la legislación y práctica de la vida consagrada, tendríamos que afirmar que el sentimiento y apuesta del religioso por la democracia debería llevarle a aceptar la verdad de su programa con sus exigencias, aunque éstas no estén correctamente formuladas ni logradas como expresión de actuali- dad, y a no sentirse cercenado en su libertad, sino, todo lo contra- rio, dotado de aquella misma libertad que le permite aceptar y con agradecimiento la exposición y las exigencias de la verdad de su vida consagrada. Con demasiado facilidad y falta de moderación se califica de integristas a quienes presentan la verdad al hombre que se siente libre en su realización y no es esclavo de su subjetividad e inmadurez. Lo suelen pensar así grupos minoritarios unas veces declarados jóvenes, otras veces de izquierda y siempre, totalitarios, impositivos y violadores de la libertad ajena. José Antonio Marina, tratando de aclarar la idea del vástago parricida, el que se vuelve contra su progenitora, la religión, escribe: “La cultura tiene una matriz religiosa y confusa, cuyo desarrollo ha llevado, al menos en Occidente, a la secularización y al análisis. La ciencia se separó de la religión, la técnica de la magia, la ética de la moral. También derecho y religión eran la misma cosa (Ries). Ésta es la historia de nuestra familia, y por ello conmovedora. Lo malo es que está sin escribir. Por ejemplo, no conozco una historia de la res- ponsabilidad personal. ¿Por qué hemos llegado a pensar que la autenticidad es mejor que la obediencia mecánica a la norma? ¿Por qué hemos pensado que la libertad es mejor que la realización coac- tiva de lo bueno? El libro de Skiner: Mas allá de la libertad y de la dignidad, no era el exabrupto de un positivista ensoberbecido, sino LAS NOCIONES DE LEY, IGUALDAD Y LIBERTAD EN LA LEGISLACIÓN… 167
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