NG200501003

gan de ejemplos, al encuentro de oración en común, a compartir los bienes, al diálogo interpersonal de la fraternidad y a la intercomuni- cación de la experiencia y vivencia de la presencia de Dios. Tras una búsqueda, iluminada por el candil de la democracia, se pueden encontrar hombres y mujeres consagrados que confiesan que hallan en la Constituciones y demás normas la garantía de una libertad para poder vivir y actuar según ellas y frente a aquellos, los cuales nunca faltan, que tratan de imponer su visión. Los mismos que privan de libertad a quienes piensan con modernidad democrá- tica que la normas y el derecho particular no se imponen sino que se ofrecen y dan como protección y garantía de libertad, de aquella que permite poder vivir de acuerdo con las normas, ley programa- dora de la vida carismática del grupo. Dicho esto mismo y con otro lenguaje: libertad es poder vivir en aceptación y en respeto de la verdad que se ofrece como pro- grama de vida. Y, en este momento, aún a riesgo de hacer una aco- modación un tanto arbitraria de los textos pontificios directamente dirigidos a ayudar la solución de la autonomía entre la verdad y la libertad, quiero servirme de estos textos para poner de relieve la necesidad de trasladar los conceptos y vivencias de una conciencia y de una apuesta moderna por la libertad y plasmarla en la legisla- ción y práctica de la vida consagrada. El Papa Juan Pablo II con sus encíclicas de los comienzos de los años noventa, Centesimus annus, Veritatis splendor y Evange- lium vitae ha hecho resonar en los oídos, no sólo de los creyentes, sino también de la opinión pública la afirmación del peligro que corre la democracia que rechaza las exigencias de la verdad. Con- dena no la democracia, como algunos intentan hacernos creer, sino una forma desnaturalizada de la misma, la de quienes abogan por la libertad y ponen como primer principio de la convivencia humana el derecho y no, casualmente, la libertad que garantiza una demo- cracia con valores, en definitivas cuentas, buscan la norma que per- mite un vivir al margen de los principios elementales de la moral y ética El hombre no es libre ante la verdad. Decir o recordar la ver- dad no es integrismo, es un dejarse iluminar el camino. El Papa Juan Pablo II no se anda con rodeos. El propio título de la encíclica Veri- 166 SATURNINO ARA

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