NG200501003
Podía haberse dicho que son muchos los autores que cultivan la ciencia de la eclesiología, del Derecho Canónico en particular, y están empeñados en hacer de la Iglesia y de la vida consagrada ins- tituciones bien organizadas y bien estructuradas, gracias y en base a la exigencia del respeto a la dignidad de la persona que se hace pre- sente, como individuo, en la Iglesia y en la vida consagrada, y desea ser tratada como sujeto, no como objeto, por sus sistemas de organi- zación de grupo. He buscado directamente no recordar una tendencia que, de entrada, aparece correcta, pero luego resulta acomplejada en el caso de los autores a la búsqueda de la imitación de la sociedad civil. Tendencia que empuja al grupo humano que constituye la Iglesia y la vida consagrada, situadas en la actualidad, a que imiten o, al menos, se esfuercen por trasplantar a su forma de organización, copiada y acodada debidamente, la sabiduría política de los hom- bres que se organizan en “progreso“. La Iglesia y la vida consagrada, desde siempre, y con anteriori- dad al “descubrimiento” de la democracia, se han empeñado y com- prometido en resaltar la comunión o solidaridad y el convenci- miento del debido y necesario respeto al otro y así incluir y dar a su “organización carismática” la posibilidad de la intervención de todos sus componentes, en razón del igual Espíritu recibido, y la fuerza vinculante, en razón de este mismo Espíritu, fuerza tan distinta de la de la mayoría de los votos. Actualmente muchos destacan la interrelación entre las perso- nas, algo que la teología ha venido estudiando con el fin de aclarar el misterio de la Trinidad. Persona es la que está relacionada con otras personas. O, si se prefiere, las personas son interpersonales. La persona, para nuestro momento de reflexión, aparece como el sujeto de la ley. Echamos mano del Catecismo de la Iglesia Católica que consti- tuye la mejor síntesis de la teología enseñada. Nos encontramos con el número 1949 de este Catecismo de la Iglesia Católica que nos dice: ”El hombre, llamado a la bienaventuranza, pero herido por el pecado, necesita la salvación de Dios. La ayuda divina le viene en Cristo por la ley que lo dirige y en la gracia que lo sostiene...” 146 SATURNINO ARA
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