NG200501003

“El Papa Juan Pablo II no ha escatimado advertencias respecto de las posibles desviaciones de la democracia. Su adhesión al princi- pio del régimen democrático adquiere por ello más relieve: “La Igle- sia aprecia el sistema de la democracia en la medida en que asegura la participación de los ciudadanos en las opciones políticas y garan- tiza a los gobernados la posibilidad de elegir y controlar a sus pro- pios gobernados la posibilidad de elegir y controlar a sus propios gobernantes, o bien la de sustituirlos oportunamente de manera pacífica” (Centessimus annus, 1991, n. 46). Participar en las deci- siones políticas, elegir y controlar. Todo un programa. Es decir: la Iglesia católica, lejos de considerar que la democracia compite con los derechos de Dios en su autoridad soberana, descubre, en defini- tiva, en el derecho del hombre a elegir y hacer realidad un modelo de sociedad, el verdadero cumplimiento del designio de Dios. El cambio puede parecer gigantesco, y lo es en muchos aspectos. Dic- tado por la historia, según unos, reparación tardía de los errores de juicio, según otros, contradicción, finalmente, para los censores peor intencionados, puede ser considerado también, por los creyentes sobre todo, como el resultado de una profundización y un aquilata- miento que son signo de una tradición viva, a diferencia de una fidelidad repetitiva y, por ello, incluso estéril. En el fondo, ¿qué ocu- rre con la autoridad de Dios? ¿No ha sido imaginada demasiado a menudo como una proyección de las autoridades humanas menos educativas y más restrictivas respeto de la libertad de los “subordina- dos”...? ¿ No es preciso, por el contrario, intentar acoger el misterio de una autoridad creativa cuya esencia misma es hacer existir y enalte- cer al otro? Así es la autoridad de Dios. Y así debería ser, a imagen de Dios, toda autoridad humana, en la medida de lo posible. La antinomia autoridad-libertad se resuelve en Dios. A nosotros nos toca intentar superarla en la sociedad humana. Tal es sin duda alguna la afortunada posibilidad, pero también la apasionante labor, de la democracia” 10 . Con demasiada frecuencia, la democracia se confunde con el derecho a, cuando habría que recalcar que es deber de, efectiva- mente, de intervenir en la elección de los gobernantes y sin desen- tenderse luego de la marcha del grupo y de su bienestar. En algunos 144 SATURNINO ARA 10 P. GASTON, El catolicismo desafiado por la democracia , O.c., 37-38

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