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intensidad, en todos los niveles sociales, incluido el universita- rio. Yo mismo he escrito un artículo sobre las creencias en tras- gos de la docta Salamanca, durante los siglos XVI y XVII. En las relaciones, aparecen citados clérigos, estudiantes y hasta algunos profesores. El P. Fuentelapeña se hace cargo de la generalización de esa creencia, ponderando a su manera la seriedad y variedad de los testimonios utilizados. 3. No sólo la literatura clásica alude a los duendes en obras más o menos maestras. También existen libros menores, anónimos o de autores que no han pasado a la historia de la literatura, pero que nos han ofrecido una visión sobre dicha creencia, que puede ser utilizada muy bien como fuente etnográfica. Caro Baroja conoce dichos libros, pues los cita con alguna frecuencia. Sin lugar a dudas, el libro de Fr. Antonio de Fuentelapeña ocupa un lugar preeminente en esa producción literaria de rango menor. 4. El ente dilucidado ofrece la singularidad de presentarse como un tratado sistemático acerca de los duendes. Es quizá la primera vez que se hace esto, al menos en España. A lo cual hay que añadir que el libro, como dijimos anteriormente, constituye una auténtica antología donde se coleccionan aspectos pretendida- mente maravillosos, preternaturales, exóticos de la naturaleza, tanto física como humana. Conviene recordar que el P. Granada recogió esos aspectos en la primera parte de su Introducción al Símbolo de la Fe; el jesuita P. Nieremberg lo hizo en sus dos obras de “filosofía natural” (ésta era la denominación de enton- ces). A dichos temas hay abundantes alusiones en los escritores de Indias. Por otro lado, la divagación hacia temas afines a los de la creencias en duendes (todos los “maravillosos” de alguna forma lo son), algunos antropólogos actuales la interpretarían como un intento de antropología holística, que es la que hoy cabalmente predomina. 5. No deja de ser extraño que escritores como Caro Baroja se extra- ñen y hasta se escandalicen de que Fuentelapeña utilice el méto- do escolástico en la exposición. Era el que se utilizaba en las Universidades y en los estudios de los centros religiosos. Además, de existir (Fuentelapeña creía firmemente que existían), esos entes llamados “duendes” ocuparían un puesto interesante en la escala ontológica; problema que ya viene ocupando y pre- FUENTELAPEÑA DILUCIDADO 1055

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