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de si existe o no su contenido en la realidad. Lo único que de ver- dad debe preocuparle es si la creencia tiene o no tiene implantación social significativa. El etnólogo estudia la creencia en cuanto creen- cia: en su estructura y en la función que desempeña dentro de la sociedad (de cada sociedad), tratando de descubrir los elementos simbólicos que la integran. Añadiría un tercer punto a los dos ante- riores, que también comenté con Caro Baroja, pero en una ocasión diferente. En plan de broma, le dije que se portaba muy mal, en alguno de sus libros, con el bendito P. Claret, fundador de la con- gregación religiosa a que pertenezco. Le deja en peor lugar que al P. Fuentelapeña, que ya es decir. Como era un hombre fundamen- talmente honrado, admitió que desconocía los estudios críticos que se habían publicado sobre el confesor de Isabel II. Él –me dijo- escri- bió echando mano de los tópicos que corrían por Madrid, incluso entre historiadores. No descartó la posibilidad de que, en la redac- ción de los escritos aludidos, escribiese bajo el influjo de anticleri- calismo decimonónico reinante. “Soy un español del siglo XIX” , me repitió varias veces. Teniendo en cuenta estos tres puntos, resulta relativamente fácil –creo yo- comprender (aunque no justificar) los juicios altamente negativos de Caro Baroja sobre El ente dilucidado, del franciscano capuchino Fr. Antonio de Fuentelapeña. Yo he expresado varias veces mi opinión acerca del ilustre zamorano y su obra más famo- sa. Opinión que difiere bastante de la manifestada por Don Julio Caro Baroja. Resumo brevemente mis posiciones al respecto. 1. Cualquier etnólogo o antropólogo, que no esté dominado o secuestrado por prejuicios o ideologías de diverso signo, verá en el libro de Fuentelapeña una auténtica joya etnográfica. Refleja a la perfección un aspecto importante de la llamada “cultura espiritual”: el de las creencias en duendes y en otros seres que escapan al control directo de los sentidos internos y externos del ser humano. 2. La creencia en duendes estaba generalizada en el siglo XVII español, cuando escribió Fuentelapeña El ente dilucidado. Según el capuchino zamorano, “a estos Duendes, en Castilla les llaman Trasgos; en Cataluña Folletos, que quiere decir espíritus locos; y en Italia Farfarelli”. La creencia no era patrimonio exclu- sivo de la gente vulgar, sino que existía, con mayor o menor 1054 FRANCISCO RODRÍGUEZ PASCUAL

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