NG200403027

Feijoo se pronuncia de la siguiente manera: “Así que las narraciones de Espíritus Familiares sólo se hallan en el vulgo; o en algún autor nimiamente crédulo y fácil, que andaba recogiendo cuentos de vie- jas para llenar un libro de prodigios. Los años pasados, corrió por Galicia que, cerca del Cabo de Finis Terrae, se vio venir volando de la parte del Norte una nube, de la cual salieron tres hombres cerca de una venta. Y después de desayunarse en ella, volvieron a meterse en la nube, y continuaron el vuelo hacia la parte meridional. Por ser esto en aquel tiempo, en que las potencias coaligadas contra nosotros solicitaban entrar en su alianza a Portugal, se discurría que aque- llos tres eran postillones aéreos de alguna potencia del Norte, que lle- vaban cartas a aquel Reino. Si fuese así, podría la misma potencia enviar también por el aire navíos y ejércitos, pues al demonio tan fácil le es conducir por las nubes treinta navíos, como tres hombres solos. Pero no es razón gastar más tinta en impugnar tan irrisible fábula”. Pasemos a revisar los juicios de otros autores sobre Fuentelapeña y su libro El ente dilucidado . Hace no mucho tiempo, dediqué sendos artículos al tema, en La Opinión- El Correo de Zamora (7 y 9- V- 2002). En el segundo de los mismos, mencioné las opiniones de Menéndez Pelayo y de Valera al respecto. Menéndez Pelayo (1856-1912) dice de El ente dilucidado en su Historia de las ideas estéticas en España (1883-91) : “Todos los curio- sos lo leen con placer y lo ponen sobre las niñas de sus ojos como teso- ro de recreación y mina de pasatiempos” . No olvidemos que ése fue el objetivo que se marcó Fuentelapeña al escribir el libro: aprove- char deleitando. Juan Valera (1824-1905) se deshace en alabanzas hacia el libro del capuchino zamorano: inventivo, atrevido, de gran erudición, con desenvoltura científica, ameno, delicioso, candoro- so... No han opinado todos como Menéndez Pelayo y Valera de El ente dilucidado. En el tomo V del Manual del librero hispanoame- ricano , Antonio Palau y Dulcet, saltándose los límites de la simple referencia bibliográfica y arrogándose las prerrogativas del moralis- ta, ofrece del libro del capuchino una visión absolutamente negati- va: “Libro extravagante, que hace exclamar a Salvá: “Parece imposible el que un padre capuchino sea el autor de esta obra llena de los absurdos más monstruosos, de las vulgaridades más necias, y 1050 FRANCISCO RODRÍGUEZ PASCUAL

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