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Murió en Madrid (1693). Fr. Luis Tineo de Morales subraya desde un principio la singularidad de la obra de Fuentelapeña: “Este libro es tan singular , por el asunto de que trata, por el modo con que en él discurre, por la erudición con que le adorna, que la más rigurosa censura no le puede negar el no ser vulgar. Extremado ingredien- te para una estimación bien fundada”. Se felicita el censor de que alguien por vez primera ( “no sé si hasta ahora haya habido quien lo haya dudado” ) sostenga que los duendes no son entes sobrenatu- rales o demonios menores, sino seres invisibles de la naturaleza, caseros, traviesos, poco nocivos, que se divierten metiendo miedo a los humanos, tomando –si llega el caso- cuerpos fantásticos. A lo largo de su extenso veredicto, y haciendo alarde de erudición, Fr. Luis Tineo de Morales cita a Marcial, Tertuliano, Plinio, San Agustín, Sto. Tomás, Covarrubias...Y recordando las “cuestiones quodlibéticas salmantinas”, el premostratense termina con estas extrañas pala- bras: “Pocos saben lograr este nuevo linaje de felicidad” . Todas las citas hechas hasta el presente están tomadas de El ente dilucidado. Tratado de monstruos y fantasmas , de Fr. Antonio de Fuentelapeña. Editora Nacional (Madrid 1978). Creo que hay que tener en cuenta todas estas manifestaciones, tanto de Fuentelapeña como de sus censores, a la hora de enjuiciar y valorar la obra más conocida del capuchino zamorano. La publi- cación de El ente dilucidado no pasó desapercibida. Desde un prin- cipio, suscitó juicios a favor y en contra. Entre los primeros críticos serios del curioso libro, está sin duda el P. Benito Jerónimo Feijoo y Montenegro. Como es bien sabido, el erudito benedictino quiso introducir mediante sus escritos la luz de la razón en el mundo críp- tico de las creencias y supersticiones de la época. Dedicó un apar- tado en las Cartas eruditas y curiosas, t. I (Madrid 1742-60) al tema de los duendes. En él, no niega posibilidad de existencia a estos seres intermedios entre Dios y los hombres. Aunque se muestra cauto, o más bien incrédulo, ante la mayor parte de las cosas que corren de boca en boca, y de las que se habla incluso en algunos libros que parecen solventes. Según Feijoo, de existir dichos seres invisibles, no tienen por qué ser demonios menores o almas sepa- radas, como se pensaba habitualmente en aquel tiempo. Basta con que sean terrícolas. En lo esencial, es lo que sostiene Fuentelapeña y subraya Tineo de Morales como originalidad del zamorano. Lo 1048 FRANCISCO RODRÍGUEZ PASCUAL

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