NG200403023

mente contemporáneos, incluso en la Iglesia, pero que son cualita- tivamente antagónicos. El cumplimiento de las bienaventuranzas sirve de criterio de discernimiento para saber en qué tiempo vivi- mos. Esta vinculación de las bienaventuranzas con la irrupción del Reino de Dios fue fundamental en aquel tiempo y lo es hoy; sin esa referencia carecen de inteligibilidad, pues «humanamente» siguen siendo «locura». Las bienaventuranzas, finalmente, son programa de vida para la comunidad cristiana. El creyente en Jesús ha de abrirse al Dios que se revela en ellas, y al hombre en favor del que Dios se revela. Es decir, ha de acoger como programa de vida el proyecto de Dios pre- sentado en Jesús. Si las bienaventuranzas son expresión de la expe- riencia que Jesús tuvo de Dios y de los hombres, es válida la advertencia de S. Pablo: « esforzaos por tener los sentimientos de Cristo Jesús » (Flp 2,5). Sintetizando la gran densidad teológica encerrada en ellas, podría hacerse, con todos los riesgos de una simplificación, en los siguientes enunciados. Las bienaventuranzas son: Palabra teológica (nos revelan el verdadero rostro de Dios). Palabra cristológica (nos revelan el proyecto y la causa de Cristo). Palabra antropológica (son programa para el hombre nuevo). Palabra paradójica (anuncio y denuncia, gracia y exigencia). Palabra escatológica (señal de la instauración del futuro de Dios entre los hombres). Las bienaventuranzas son la vocación y la misión de la Iglesia. Y es necesario respetar ese orden: no pueden anunciarse sino desde su vivencia, a imagen de Jesús. Y hay que anunciarlas con claridad, como hay que vivirlas. Quien hace de las bienaventuranzas sólo una denuncia, no anuncia el evangelio. Y son el «código» de la minori- dad evangélica LA MINORIDAD, UNA OPCIÓN DE DIOS 899

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