NG200403022
POBREZA CREATURAL, HISTÓRICA Y ESCATOLÓGICA La antropología de la pobreza la hemos de ver en su evolución diacrónica, con sus implicaciones metafísicas, dialécticas y trascen- dentes. Porque hay una pobreza creatural, que atañe a toda criatura por el solo hecho de haber sido creada. Esta pobreza conlleva contin- gencia, limitación, fragilidad y, en el caso de ángeles y seres huma- nos, pecabilidad. Podríamos decir que es una pobreza innata, inevitable. Toda criatura es pobre ante Dios. Sólo Dios es rico. Ninguna otra cosa deseemos... sino nuestro Creador, y Redentor, y Salvador, solo verdadero Dios, que es bien pleno, bien total, verdade- ro y sumo bien; que es el solo bueno, piadoso, manso, suave y dulce; que es el solo santo, justo, veraz, santo y recto; que es el solo benig- no, inocente y puro; de quien, y por quien, y en quien está todo el perdón, toda gracia, toda la gloria de todos los penitentes y justos, de todos los bienaventurados que gozan juntos en los cielos (1R 23). De aquí proviene la concepción pesimista que aflora en algu- nos textos franciscanos. Escribe, por ejemplo, Francisco: Odiemos nuestro cuerpo con sus vicios y pecados, porque, viviendo nosotros carnalmente, quiere el diablo arrebatarnos el amor de nuestro Señor Jesucristo y la vida eterna, y perderse con todos en el infierno; pues nosotros, por nuestra culpa, somos hediondos, míseros y opuestos al bien, y, en cambio, prestos e inclinados al mal; porque, como dice el Señor en el Evangelio, del corazón proceden y salen los malos pen- samientos, los adulterios, las fornicaciones, los homicidios, los hur- tos, la avaricia, la maldad, el fraude, la impureza, la envidia, los falsos testimonios, las blasfemias, la insensatez (cf. Mc 7,21; Mt 15,10). Todas estas maldades salen de dentro, del corazón del hom- bre (cf. Mc 7,73), y éstas son las que manchan al hombre (Mt 15,20) (1R 22). El nuevo Testamento enseña: Nadie es bueno, sino sólo Dios (Mc 10,18). No hay quien haga el bien, no hay ni uno solo (Rm 3,12). Pero también podemos decir que nadie es completamente malo. La existencia es ya un don de Dios, y así otras muchas cosas que hemos recibido de su bondad. Aquí Francisco vuelve a su concepción de no apropiarse nada: Dichoso es quien nada retiene para sí, restitu- yendo al césar lo que es del césar, y a Dios lo que es de Dios (Adm ANTROPOLOGÍA DE LA POBREZA FRANCISCANA 877
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