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diversa altura, también los correspondientes tipos de persona valio- sa están ordenados jerárquicamente. La cúspide de la escala de «per- sonas de valor» la ocupa el santo, por delante del genio o del héroe. De la teoría scheleriana del santo nos ocuparemos no tardando, pues constituye el marco teórico más inmediato en el que se ins- cribe la interpretación de la figura de Francisco de Asís ofrecida por Scheler. Pero antes debemos completar mínimamente nuestra pre- sentación de la doctrina de los modelos, en el entendido de que cuanto ahora se añada vale también para los santos, que son, según acabamos de ver, los modelos por excelencia. Debemos considerar en primer lugar cómo despliega el mode- lo su imponente fuerza transformadora del ethos individual y social. Vaya por delante que el influjo que ejerce el modelo sobre los demás hombres no es programado. El modelo no decide serlo, muchas veces hasta ignora su condición de tal. En esto se distingue del líder, que llega a serlo porque se ha propuesto explícitamente asumir esa función. Las consignas del líder se dirigen a la voluntad de los hombres marcándoles una pauta de acción. El modelo, en cambio, opera de manera misteriosa, a menudo inconsciente, sobre el ser de las personas. No imparte órdenes ni consignas, no enun- cia normas ni marca líneas de acción. El seguimiento del modelo, la imitatio , no consistirá, por tanto, en obediencia, ni menos en repetición mimética de gestos o conductas, sino en transformación del propio ser personal mediante la asunción del «perfil axiológico» del modelo. Recuérdese que el fondo último de la persona lo constituye, según Scheler, el ordo amoris del individuo, su íntima adhesión cor- dial a una determinada escala de valores. Esto vale también, claro está, para el modelo, sólo que su escala es más rica y matizada, su amor más generoso que el del hombre medio. De acuerdo con esto, la transformación del ser personal del seguidor será antes que cual- quier otra cosa una transformación del corazón: estar bajo la influencia de un modelo, de un hombre ejemplar, es compartir su amor, amar lo que él ama. (Veremos después que no compartirá el amor del modelo sino quien lo ame a él mismo). El ascendiente de los modelos sobre la sociedad no es, según Scheler, un factor más de la transformación moral de los grupos humanos, sino el factor decisivo. Su eficacia es muy superior a la de 822 LEONARDO RODRÍGUEZ DUPLÁ

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