NG200403020

consta que lo hace con la boca pequeña. No es ninguna casualidad que se oponga abiertamente a las dos tesis con las que Hildebrand intentaba atajar tal interpretación: por un lado redefine, del modo inverosímil que ya hemos considerado, el sentido en que el cosmos es símbolo que remite a su Creador; por otro, niega que el amor fran- ciscano a la naturaleza sea una prolongación del amor sobrenatural 17 , y sitúa su origen, como también hemos visto, en el «movimiento eró- tico de la Provenza», que es una manifestación del eros vital. Sabemos que esta discrepancia no terminó en reconciliación. A la muerte de aquel a quien durante muchos años consideró su maes- tro y amigo, Hildebrand escribió un artículo titulado «Max Scheler como personalidad». Insistía en catalogar como panteísta la filosofía última de Scheler y le achacaba, entre otros muchos defectos inte- lectuales y morales, la falta de genuino amor a la verdad. Según Hildebrand, Scheler se fiaba ciegamente de sus propias impresiones subjetivas; además el que una tesis fuera interesante le atraía más que el hecho de que fuera verdadera. Entre las pruebas aducidas para jus- tificar tan graves acusaciones Hildebrand no omite mencionar «su arti- ficiosa interpretación de San Francisco y de su amor a la naturaleza en Forma esencial de la simpatía [ sic ], donde llega incluso a la aven- turada afirmación de que antes de San Francisco el cristianismo no ha entendido que la naturaleza en sí misma, en su belleza y grande- za, glorifica a Dios. Se la habría entendido como medio para el hom- bre, señor de la creación, que es el único que puede otorgarle esta función, como si los Salmos y la liturgia del sábado de gloria no demostraran del modo más concluyente lo contrario. Pero lo que a él le interesaba aquí era utilizar a San Francisco en favor de su fenó- meno de la unificación afectiva, y esto era para él más importante que la realidad de los hechos» 18 . Triste final de una amistad. L EONARDO R ODRÍGUEZ D UPLÁ Universidad Pontificia de Salamanca SAN FRANCISCO DE ASÍS VISTO POR MAX SCHELER 841 17 «Tampoco se trata de mera expansión a la naturaleza infrahumana de un amor cristiano de raíz ‘sobrenatural’, amor acosmístico y autógeno a Dios y a la per- sona —como cree por ejemplo Von Hildebrand—. ¿Cómo sería psicológicamente pensable?» (GW 7,103). 18 D IETRICH VON H ILDEBRAND , «Max Scheler als Persönlichkeit» (1928), incorpo- rado después a la obra Die Menschheit am Scheideweg (Habbel 1955) 630.

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz