NG200403020

versión nacida del resentimiento, sino síntoma o manifestación de un plus de vitalidad, de energía generosa que busca derrocharse y sabe reconocer lo valioso que aún alienta tras lo decaído y menes- teroso, el ejemplo elegido para ilustrar este extremo no es otro que el del beso de San Francisco al leproso (GW 3,77s.). Y esta misma fecundidad del cristianismo en el plano de los valores vitales es ilu- minada desde otro ángulo cuando Scheler, en un contexto muy dife- rente, analiza el matiz peculiar que ha cobrado en Occidente el sentimiento de amor entre hombre y mujer; también en este caso menciona a San Francisco como jalón decisivo en el proceso de con- figuración de este sentimiento (GW 3,301 y 304). En otra ocasión, el dicho franciscano « omnia habemus nihil possidentes » es elegido para expresar la superior sensibilidad axiológica del hombre bueno, que le hace advertir cualidades de valor hasta en las realidades más vul- gares y aparentemente anodinas (GW 2,275). Y cuando se trata, en fin, de proponer un paradigma de santo «puro» (frente a los «mixtos» como Agustín de Hipona, en quien se combinan el santo y el héroe) será San Francisco el elegido (GW 2,571). Este elenco de pasajes variopintos, en los que el santo de Asís es llamado a testificar a los más diversos propósitos, permite ya adi- vinar la fascinación de Scheler por el espíritu franciscano. Esta impresión inicial había de verse corroborada del modo más conclu- yente por la audaz, apasionada interpretación de la figura de este santo que Scheler incorporó a la segunda edición de su obra Esencia y formas de la simpatía (GW 7,97-104). En esta ocasión el filósofo no se limita a mencionar a San Francisco como ilustración o confir- mación de sus propias teorías, o a aludir presurosamente a un aspec- to parcial de su personalidad. Antes bien, estamos ante el intento explícito, plenamente consciente, de comprender cuál ha sido la contribución de San Francisco a la historia de la sensibilidad occi- dental. Demasiadas veces se ha tildado a Scheler de pensador poco sis- temático, fecundo en atisbos geniales pero incapaz de integrarlos en una visión unitaria de la realidad. Si cediéramos a este prejuicio tan extendido, bien podríamos dar en pensar que nos hallamos simple- mente ante un ensayo brillante, ante una ocurrencia ocasional. La verdad es otra. Lejos de ser un cuerpo extraño, un añadido más o menos arbitrario, la interpretación scheleriana de la sensibilidad 816 LEONARDO RODRÍGUEZ DUPLÁ

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