NG200403020

tro de una permanente acción creadora de Dios. Dios no crea el cos- mos en seis días para luego abandonarlo a su propio curso, sino que lo vivifica y recrea a cada instante. Si en el cristianismo histórico el destino del pan y el vino, «desamortizados» al convertirse en cuerpo y sangre del Dios vivo, era un destino único y excepcional, en la teología franciscana de la creación la naturaleza entera es vista y sentida como una suerte de eucaristía cósmica: Dios Padre prolonga dinámicamente su acción creadora haciéndose presente en todo ser y acontecer natural. La presencia divina hace de ellos auténticos «sacramentos naturales» (GW 7,101). Se entenderá ahora que la interpretación simbólica de la natu- raleza, común a toda unificación afectiva cosmovital, adquiera en el contexto del franciscanismo un sentido peculiar, enfático. Los seres naturales no remiten simplemente a la vida indivisa que les da alien- to, sino al Dios vivo que en ellos se expresa a cada paso. La vida divina guarda con los animales, las plantas o los astros una relación análoga a la que se da entre el rostro humano y los fenómenos expresivos que en él se registran. La naturaleza es el escenario o el medio de la mímica divina, mientras que la unificación afectiva es la función anímica capaz de reconocer esas expresiones. La tesis de que Dios vivifica la naturaleza y se expresa en ella comporta una decidida dignificación de todas las criaturas y explica el trato fraternal que Francisco les depara. La sensibilidad francisca- na se opone con ello frontalmente a la tendencia —inducida por las mentalidades judía, romana y cristiana primitiva, y llamada a gene- ralizarse después con el triunfo de la «nueva ciencia»— a hacer de la naturaleza pura objetividad, realidad inerte destinada a ser domina- da por la técnica humana. El amor (espiritual) a Dios y la unificación afectiva con la naturaleza por Él creada se revelan —he aquí la genialidad del corazón de San Francisco— como dos sentimientos que, lejos de ser incompatibles, se integran en una unidad vivencial orgánica. Tal es la hazaña de este santo y tales son sus presupuestos metafísicos. Queda por explicar, sin embargo, la posibilidad psicoló- gica de esta gesta, es decir, el hecho de que fuera precisamente el hijo de Pedro Bernardone quien había de ensanchar de modo tan inesperado el horizonte del corazón humano. Scheler no puede por menos de reconocer las dotes naturales, en verdad extraordinarias, SAN FRANCISCO DE ASÍS VISTO POR MAX SCHELER 833

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