NG200403020

Una y otra vez subraya Scheler que estamos ante un fenómeno sin precedentes en toda la historia anterior del cristianismo: ni en los Evangelios, ni en las comunidades primitivas, ni en la patrística, ni en el resto de la Edad Media encontramos nada que anuncie o anti- cipe la genialidad, la audacia de San Francisco. Como hemos visto, el hombre, beneficiario de la gracia divina, es elevado en el cristia- nismo histórico muy por encima de la naturaleza. La acción salvífi- ca de Cristo se refiere específicamente al ser humano y lo inserta en un orden sobrenatural. Esto supuesto, ¿cómo es posible que un cora- zón como el de San Francisco, siempre «ebrio de Jesús», se dilate hasta acoger en su interior, en una misma palpitación emocional, a la naturaleza toda? ¿Cómo entender que Francisco, oponiéndose a la estructura marcadamente jerarquizada de la cosmovisión escolástica, considere hermanos suyos no sólo a sus semejantes, sino al agua y al viento, a las aves y a los astros? Semejante dilatación del corazón fue posible gracias a una nueva comprensión o, mejor dicho, un nuevo sentimiento de la naturaleza que, contraviniendo su anterior «amortización» por el cris- tianismo histórico, recupera elementos característicos de la visión pagana del cosmos, pero modificándolos, como en seguida vere- mos, en ciertos aspectos decisivos. La naturaleza es vista por San Francisco como totalidad orgáni- ca animada por una vida unitaria. Todo ser y todo acontecer cósmi- co es expresión de esa vida y, por ello mismo, ocasión propicia para la unificación afectiva del hombre con la naturaleza. Sin embargo, y esto es lo decisivo, la vida indivisa que late y se expresa en la natu- raleza entera es entendida por San Francisco como vida divina . Esta expresión no ha de tomarse —se nos dice— en el sentido del pan- teísmo, pues Dios no es identificado aquí con la vida universal que anima la naturaleza, sino que esa vida universal es considerada divi- na por haber sido creada por Dios, el cual, sin embargo, como ser espiritual que es, trasciende absolutamente de su creación. La clave de la vindicación franciscana de la naturaleza hemos de buscarla, por tanto, en la teología de la creación. Tratándose de San Francisco, apenas hace falta decir que esa teología no es una construcción del entendimiento, sino el fruto de una suerte de clari- videncia emocional. Extraordinariamente dotado para la unificación afectiva, Francisco descubre en todos los fenómenos naturales el ras- 832 LEONARDO RODRÍGUEZ DUPLÁ

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz