NG200403020

el hombre moderno, cuya alma ha sido ya colonizada por la «nueva ciencia», esté menos dotado para la unificación afectiva que el anti- guo, según se dijo. Con todo, el relegamiento de la unificación cosmovital, sancio- nado por la Edad Moderna, ya se había iniciado en la Antigua con la separación de espíritu y vida, de lógos y psyché . El entendimiento agente «viene de fuera», dice Aristóteles significativamente; el lógos no es una función de la vida. La caracterización del hombre como ser espiritual comporta ya una decisiva devaluación de la naturale- za, y por tanto el descrédito de la unificación afectiva como vía de acceso al fondo último de las cosas. Esta tendencia, claramente detectable en el mundo griego, se consuma con el cristianismo. Ya el creacionismo monoteísta judío hacía del hombre ante todo inter- locutor del Creador y extraño a la naturaleza. En el caso del cristia- nismo, la afirmación incondicional de la dignidad del hombre como ser personal, espiritual, trae de la mano, en palabras de Scheler, «una inmensa desvivificación y desanimación de la naturaleza entera» (GW 7,94). La naturaleza es relegada así a la condición de mero objeto de dominación por medio de la técnica, mientras que la uni- ficación afectiva cosmovital queda estigmatizada como rasgo propio de la sensibilidad pagana. No es de extrañar que al amor cristiano —amor a Dios y a los demás hombres en Dios— Scheler le aplique repetidamente en este contexto el calificativo de «acosmístico». Y es que este sentimiento se encuentra, por las razones expuestas, en los antípodas de la unificación afectiva con la vida universal. 6 Las consideraciones precedentes nos permiten precisar en qué consiste, a juicio de Scheler, la sorprendente aportación del santo de Asís a la historia sentimental europea. En su núcleo fundamental, consiste en la síntesis emocional de dos formas de experiencia apa- rentemente incompatibles: el amor cristiano acosmístico (que es la base para la unificación esencial del discípulo con Cristo) y la unifi- cación afectiva con la naturaleza. Se trata de una gesta tan inaudita, tan inesperada, que Scheler habla de una auténtica «herejía del cora- zón» (GW 7,98). SAN FRANCISCO DE ASÍS VISTO POR MAX SCHELER 831

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