NG200403020

La reflexión sobre estos casos pone de manifiesto que, en el curso de la evolución, tanto individual como específica, la capacidad humana de unificación afectiva se va debilitando al paso que se refuerza el intelecto. El hombre está menos dotado para la unifica- ción afectiva que el animal, el hombre civilizado menos que el pri- mitivo, y el adulto menos que el niño. Lo cual significa que la evolución no sólo comporta progreso, sino también pérdida, deca- dencia. De aquí se sigue, en la perspectiva de Scheler, un ideal de humanidad con claras repercusiones pedagógicas: el ideal del des- arrollo equilibrado de las distintas funciones emocionales, que ha- rían de complemento y contrapeso al intelectualismo en que siempre ha incurrido la tradición cultural de Occidente. La razón de ser de esta reivindicación del componente emocio- nal de nuestra personalidad estriba en la función cognitiva que Scheler asigna a los sentimientos. La unificación afectiva, en parti- cular, es imprescindible para la captación de lo vivo en tanto que tal (lo cual explica el importante papel que ha desempeñado en meta- físicas vitalistas como la de Bergson). Entre las diversas formas de la unificación afectiva registradas y analizadas por Scheler, hay una que posee especial relevancia para su interpretación de la figura de San Francisco. Se trata de la «unifi- cación afectiva cósmica (o cosmovital)». Este fenómeno emocional es solidario con la concepción del mundo como un gran organismo animado en todas sus partes por una misma vida universal. Entre las partes del mundo así concebido no sólo se dan relaciones causales o finales, sino también relaciones simbólicas. Todo ser y acontecer natural remite a la vida universal, de suerte que todos los fenóme- nos naturales constituyen, juntos, el magno «campo expresivo» de esa vida indivisa. La contemplación de cualquier realidad natural puede ser ocasión de la experiencia emocional que nos pone en contacto con el centro vivo de las cosas. En este contacto consiste precisamente la unificación afectiva cosmovital. Esta concepción organológica del universo ha sido la más común en la historia de la humanidad, y de hecho ha sido la domi- nante en Occidente hasta el advenimiento de la modernidad. El mecanicismo moderno supuso, en efecto, una radical «amortización» de la naturaleza, que quedó reducida a objetividad inerte, a res extensa carente de interioridad, de vida. No es casual, por tanto, que 830 LEONARDO RODRÍGUEZ DUPLÁ

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