NG200403020

Scheler no puede aceptar nada de esto. A su juicio, el argu- mento de Kant está viciado de raíz por el «prejuicio pragmatista» (GW 2,567 n.4) que hace de los actos de la voluntad los únicos depositarios del valor moral. Si se incurre en este prejuicio, enton- ces resulta de lo más natural, primero, hacer de la norma seguida por la voluntad la vara con la que medir su valor moral; y segundo, sostener que el único medio para fomentar la moralidad es reforzar, en los demás y en uno mismo, el sentimiento de «respeto» a la ley moral. En cambio, quien con Scheler advierta que el portador más original del valor moral es el ser personal, el cual consiste en un ordo amoris que condiciona todo ulterior querer y obrar de la per- sona, renunciará a hacer de las normas que expresan deberes la medida de la excelencia moral; y si además es consciente de que el influjo de los modelos sobre los demás hombres se ejerce precisa- mente sobre el ser personal de éstos, estará en condiciones de reco- nocer la importancia de los modelos como factores determinantes del crecimiento moral de los hombres y los pueblos. Con ello se abre una puerta, como veremos en seguida, para la reivindicación de la figura de Cristo frente a su devaluación kantiana. 4 El lugar más elevado en la jerarquía de los modelos lo ocupa, según se dijo, el santo. Su amor está volcado a los valores más ele- vados, y por eso su eficacia moralizante es máxima: «El santo es el que trae la salvación», dirá Scheler lapidariamente (GW 10,283). Hay distintos modos de santidad. De los múltiples criterios tipo- lógicos propuestos por Scheler (cf. GW 10,274ss.), hay uno que reviste especial importancia: la distinción entre el «santo original» y el «santo que secunda». El primero es el arquetipo personal que está en el origen de una religión histórica. El segundo es el discípulo que replica en su alma el amor del primero. No cabe duda de que Scheler considera a Cristo el ejemplo máximo de «santo original»; Francisco de Asís, por su parte, sería un caso extraordinario de «santo que secunda». El discípulo sigue al santo original porque cree en él . Mas no cree en él porque ejemplifique con su vida una doctrina que el dis- 824 LEONARDO RODRÍGUEZ DUPLÁ

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