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do más insostenible, tanto intelectual como moralmente. En realidad la lucha entre el mal y el bien era sólo una ficción de dos realida- des, imposibles al suponérseles la misma consistencia eterna. 3. DIOS, PRINCIPIO ÚNICO Y BUENO DE TODA LA REALIDAD En sus profundas reflexiones sobre Dios, Agustín percibió con claridad que sólo le quedaba la solución de recurrir al unificante y sencillo punto de partida de la Biblia: «En el principio creó Dios los cielos y la tierra... Vio Dios cuanto había hecho, y todo estaba muy bien» ( Gén 1,1.31). Dios, como principio absoluto del bien, dejaba el mal excluido de un principio divino del mundo. Pero dándose el mal en el mundo, como es evidente, su origen habrá que buscarlo en algo posterior a la creación, atestiguada por la revelación como inicial- mente buena en su totalidad. Con esto, el mal sigue siendo un problema; pero la razón, ahora asesorada por el testimonio de la Escritura, puede asegurar que el mal no es una necesidad metafísica, no es un absoluto: queda radi- calmente fuera del ser y de la acción de Dios. Por tanto, el mal, como afección que es del ser creado, no puede ser una realidad necesaria o constitutiva de la misma criatura, en cuyo caso remitiría contradictoriamente a Dios, como causa primera que es de todos los seres. El mal, pues, no nos deja ante una necesidad, sino ante el lado contingente de lo creado. La posible deducción teórica de la razón se ve iluminada de modo concreto por el capítulo segundo del Génesis al narrar lo que sucedió en la obra buena de Dios. La semejanza divina del hombre y de la mujer (cf. Gén 1,27) llevaba consigo la grandeza cuasi infi- nita de la libertad 4 , una responsabilidad moral cuya regla no era ni 748 BERNARDINO DE ARMELLADA 4 J. Maritain, tratando del pecado del ángel como paradigma de la libertad en su estado puro, sin las sombras y mezclas que la oscurecen más o menos entre nosotros en la situación actual, piensa que tal pecado nos muestra la potencia tre- menda y, por así decirlo, infinita, propia del libre albedrío: «Le péché de l’Ange... nous montre... la puissance effrayante et pour ainsi dire infinie propre au libre arbi- tre. Celui-ci peut choisir le mal en pleine lumière, par un acte de volonté, et sans

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