NG200403016

Aristóteles, hace que se imponga su significado como término geo- métrico, con valor de superficie o plano, en Euclides de Alejandría, sobre todo, hacia el año 300 a. d. Cr., y algo después, entre los años 287-212, por Arquímedes de Siracusa. Precisamente por esta popu- larizada alusión a la representación «clara» de una superficie, pode- mos explicarnos por qué adquirió el sentido más corriente de aparición brillante de los Magos en las Liturgias griega y latina, cual presentación festiva de Jesús Niño a los representantes de los genti- les. Pero tanto energía como epifanía no gozaban de una fuerza y tradición significante tan específica como c£rij – gracia – en el marco de la religiosidad antigua. Al fin, como cabe racionalmente inducir, san Pablo se decidió por c£rij, atendiendo a los paralelismos ideológicos anteriormente indicados, aunque no cabe dudar de que las expresiones citadas también incluyen el concepto de favor divino, próximo a gracia, pero que no pueden sustituir en castellano ni representar exacta- mente el sentido de gracia en su equivalencia griega. En suma es c£rij el vocablo que mejor encierra la participación en la vida divi- na, como donación especialísima. El sentido radical y sacral de esta palabra indujo a san Pablo a ponerla como precioso marco al prin- cipio y final de su Primera Carta a los cristianos de Tesalónica, dando unidad a toda la Epístola y a toda la vida cristiana, como pri- mera gran frase, extraordinariamente tratada en su estructura rítmi- ca, y última de todas sus Cartas, a excepción de Romanos 16, 27 que concluye con una doxología 7 . El mismo procedimiento, y no sólo literario, siguió en todas las Epístolas. De las 156 veces, que recurre c£rij en el Nuevo Testamento, 102 son expresiones pauli- nas, superando sobradamente a todos los demás hagiógrafos neo- testamentarios. No sólo porque el auxilio divino, revelado en esta palabra, es absolutamente necesario, imprescindible para toda ope- ración sobrenatural, que tenga valor y peso, por emplear imágenes paulinas, sino por razones filológicas. No en vano Teología y Filología tendrían que estar necesariamente de acuerdo, pues la ver- 710 ALFONSO ORTEGA CARMONA 7 Cf. Rom 1, 7; 1 Cor 1, 1 y final 16, 23; 2 Cor 1, 2 y 13, 13; Gal 1, 3 y 6, 18; Ef 1, 2 y 6, 24; Fil. 1, 2 y 4, 23; Col. 1, 2 y 4, 18; 1 Tes. 1, 1 y 5, 28; 2 Tes. 1, 2 y 3, 18; 1 Tim 1, 2 y 6, 21; 2 Tim 1, 2 y 4, 22; Tit 1, 4 y 3, 15; Filem 1, 3 y 1, 25; Hebr 13, 25.

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